Divertido sólo por momentos
Tercera y supuestamente última entrega de la saga que nació en 2009 como un producto de la Nueva Comedia Americana, expresión de humor absurdo e historia de lealtad masculina.
Pero de aquellas iniciales peripecias ambientadas en Las Vegas y del festival machista y de hilaridad brutal que fue la segunda parte, en esta tercera quedan sólo los personajes y la voluntad de los autores de aprovechar comercialmente sus desatinos.
Porque aquí ya no hay bodas ni despedidas de solteros que operen como disparadores de la historia, sino una propuesta que oscila entre la comedia de aventuras, el filme de gangsters también en tono de comedia y el drama de un personaje que se niega a crecer.
En este caso se trata del barbado Alan Garner (Galifianakis), un sujeto insondable, de reacciones anómalas y excéntrico sin conciencia de serlo. Un niño caprichoso en un cuerpo adulto, que a pesar de sus 42 años sigue viviendo con sus padres y dispuesto a hacerles la vida imposible.
La última locura de Alan es comprar una jirafa, lo que deriva en el mejor gag de la película, la muerte por infarto de su padre y el intento de sus amigos, el galán Phill (Cooper), Doug (Bartha) y el odontólogo Stuart (Helms) de internarlo en un centro de rehabilitación.
Es en ese tren que hace su aparición el gangster Marshall (Goodman), quien secuestra a Doug (¿por ser el menos dotado de los actores?) y le exige a los otros que en un perentorio plazo de tres días encuentren al asiático Leslie Chow (Jeong), para que le devuelva los lingotes de oro que le habría robado. Y en esta tarea se va la historia.
Cabe acotar que en el inicio de la historia, el perverso, amoral, arrojado, sobreactuado e ingenioso Chow estaba preso en una cárcel situada cerca de Bangkok, capital de Tailandia, quien aprovecha un motín para escapar y reaparecer en Tijuana, México.
Puede ser que lo que pase en Las Vegas se queda en Las Vegas, reza un eslogan de esa ciudad, conocida como la "capital del pecado". Pues bien, la resolución de esta historia, como no podía ser de otra manera, también ocurre en Las Vegas, con una especial referencia al legendario hotel Caesars Palace.
Allí los patéticos y graciosamente humanos animadores de esta saga vivirán sus últimas aventuras, aunque sin alcanzar la identidad, el humor negro, la irreverencia y la incorrección política de las dos versiones anteriores.
Así, esta tercera parte queda reducida a un entretenimiento más, de los muchos que anualmente lanza la industria de Hollywood al mercado, divertido sólo por momentos, pero cuya estructura narrativa y calidad artística no resisten los rigores de una crítica más ajustada.