Choque generacional en Israel
Este film es toda una curiosidad inesperada en un momento como el que viven actualmente israelíes y palestinos. Y no lo es sólo por la historia que desarrolla, no demasiado distinta de la que podrían vivir padres e hijos en cualquier época, dado que lo que se dirime es el futuro del menor, un chico que está llegando a la adolescencia y debe decidirse entre seguir los mandatos de la familia o asumir su propio camino, aunque eso signifique tomar un rumbo distinto del que ha marcado por años la tradición familiar.
Para el padre y el abuelo, la tradición se impone: no hay otro camino posible sino el que ya viene señalado. Hasta el apellido que llevan él y sus descendientes alude a su condición de criadores de pavos. El muchacho los detesta y, como tantos otros jóvenes de su edad, se muestra rebelde. Prefiere los motores, la mecánica. Y no sólo quiere dedicarse a ellos, sino que también exhibe un talento natural para abordar la tarea.
La tensión entre padre e hijo se hace cada vez más evidente, sobre todo cuando llega para pasar una temporada de vacaciones un tío soltero -hermano del padre- que vive en los Estados Unidos, donde lo ha acompañado la fortuna. Bastante menos respetuoso de las tradiciones, tampoco él se ha sometido al mandato. Además se muestra mucho más sensible a las preferencias del sobrino. Habrá conflicto entre padre e hijo. Si la sangre no llega al río es porque la madre es la figura comprensiva que siempre se alza entre los dos en el momento oportuno.
El film narra la sencilla pero emotiva historia sin hacer demasiado hincapié en lo sentimental y con la suficiente seguridad en la graduación de los climas. La sostienen en especial los dos excelentes actores que protagonizan el desencuentro entre generaciones: el padre, Navid Negahban, y el hijo, Asher Avrahami. Es de destacar el preciso trabajo de casting: todo el elenco es impecable.