Cuando el reciclaje no alcanza.
Han pasado ya 30 años desde que Robert Zemeckis pateó el tablero de la cordura para entregar un proyecto como ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, una película tan ambiciosa como divertida, que al día de hoy se mantiene en la memoria de muchos y dejó la puerta abierta para continuar con filmes similares en su desempeño.
Brian Henson, quien en otras oportunidades incurrió en el universo de los Muppets, llevó a cabo la dirección de esta cinta que, si bien cumple su cometido, a veces peca de pretenciosa.
La historia se desarrolla en una ciudad donde los muñecos (puppets) conviven con los humanos. La discriminación está a la orden del día, dando por sentado que los mismos han nacido para ser ciudadanos de tercera clase.
Uno de ellos es ex policía devenido en investigador privado, que se verá envuelto en una serie de asesinatos cometidos hacia los protagonistas de un viejo programa televisivo. Junto a su compañera (Melissa McCarthy) tendrán que descubrir el origen de esos crímenes, así como también limar alguna que otra aspereza.
Si bien la idea de incluir muñecos de felpa en una película no es novedosa y de alguna manera remite (incluso desde su póster) al entrañable Plaza Sésamo, estamos ante una historia por momentos adulta y a la vez infantil. El humor negro y escatológico se da de patadas con la inocencia de algunas escenas que aportan su cuota emotiva a la cinta, pero no se sustentan en nada teniendo una historia tan simplona.
Melissa McCarthy interpreta un personaje ya conocido y visto hasta el hartazgo, por supuesto, es el que mejor sabe hacer. La voz de Bill Barretta, quien se pone detrás del puppet protagonista, lleva adelante una narración divertida y ligera, saliendo airoso lo mejor que puede.
El inconveniente con ¿Quién mató a los puppets? no se centra solamente en sus fallas de guion o en algunos chistes sin sentido, sino que, como ya dijimos antes, pecar de pretencioso es uno de los errores garrafales para una película que no se asume como seria ni pretende serlo. El mensaje moralista de ciertas escenas y diálogos hacen que el filme sea un ensamble de géneros, pasando de la comedia absurda al drama más predecible y banal.
Si bien es cierto que no se le puede exigir mucho a una película de este estilo, al menos se le podría solicitar que deje de lado los moralismos y enfoque sus cañones en una buena cuota de humor. Por lo demás, es sólo una cuestión de tomarla con la ligereza que merece.