R.J.W.

Crítica de Carla Leonardi - A Sala Llena

LAS HUELLAS BIOGRÁFICAS Y LA HISTORIA ARGENTINA

“Operación Masacre me cambió la vida.

Haciéndola comprendí que,

además de mis perplejidades intimas,

existía un amenazante mundo exterior.”

En el inicio, vemos la imagen fragmentaria de un niño alineando sus soldaditos de juguete, dos bandos se preparan para la contienda. Luego, a ese mismo niño pintar con crayones la bandera argentina en el ala de un avión y desplazarlo por el aire con el movimiento de su mano. En este comienzo, el juego infantil ya cifra algo de la figura del escritor, periodista y militante político en que devendría Rodolfo Walsh; su faceta más conocida y no exenta de contradicciones. Se trata, por cierto, de dos detalles clave que el espectador va a reencontrar resignificados al terminar de recorrer la película.

Que el titulo del documental sea R.J.W. (2022) tampoco es un dato menor; con él el realizador argentino Fermín Rivera ya introduce la marca de su escritura de estilo críptico (algo a lo cual refiere el testimonio de Juan Forn como poesía encriptada) y su compromiso por la revelación de lo oculto que emerge desde los margenes de lo secundario o lo inesperado (como señala Silvia Adoue). Pero además, al recuperar las siglas de su nombre completo (Rodolfo Jorge Walsh) el director presenta al Walsh al que quiere acercarnos. No al escritor reconocido ni al militante que fue en sus últimos años, sino al “Walsh antes de Walsh”, al de sus primeros tiempos y tal vez el menos transitado y conocido. En este punto, Rivera procede como un arqueólogo que va en busca de aquellas primeras marcas que forjarían su obra y su figura, haciéndose eco de aquella frase del propio Walsh de que acaso comprendiendo algo de su biografía, podríamos entender algo de la historia de nuestro país.

Así se destacan como marcas iniciáticas su origen irlandés, donde el paisaje de las islas lo acompañaría durante toda su vida (como refiere su hija Patricia Walsh), pero también la identificación con el pueblo oprimido y la influencia del gaélico sobre su singular estilo de escritura forjada a base de elipsis y elusiones. Otro mojón importante es su paso por los internados irlandeses en su infancia, donde recibe su primera formación política. En ese duro mundo de características carcelarias, realiza su primer acto de resistencia frente a la injusticia social (al negarse a comer los signos del desamor incrustados en los diarios platos de sémola) y ya se muestra hábil en construir redes clandestinas basadas en la confianza, al hacer pasar una carta “subversiva y anómala”, un primer contrarrelato al relato oficial institucional de bienestar y felicidad.

Una tercera pata relevante fue su ingreso a los 17 años a la editorial Hachette donde aprendería y se desarrollaría en el oficio de traductor. De aquí surge su contacto con la literatura del género policial de enigma y la confianza para dedicarse a escribir sus primeros textos, esas Variaciones en rojo (1953), que luego despreció. Pero no obstante, no puede dudarse de esta marca del encuentro con el policial clásico, en lo que luego devendría el llamado Nuevo periodismo o Novela de No-ficción a partir de Operación Masacre (1957), su singular invención que anuda vida y obra, compromiso político y escritura, real y ficción; y que apareció muchos años antes que A sangre fría (1965) de Truman Capote.

Desde lo formal, Rivera hace uso de ciertos recursos interesantes, donde las formas acompañan y hacen al contenido. En primer lugar, construye un relato en primera persona, partiendo de elementos autobiográficos presentes en varios textos del propio Walsh, a través del uso de la voz en off. A esta voz se agregan, como una suerte de coro comentador, las distintas voces de los especialistas entrevistados, pero saliendo de la clásica estructura del plano fijo al mostrarlos proyectados en movimiento en el celuloide y al hacer evidente el proyector cinematográfico. Establece así la marca del estatuto ficcional en el documental, mixtura de real y ficción que recupera el estilo de Walsh. Además no solo emplea material de archivo fotográfico y audiovisual de la época sino que recrea algunos fragmentos audiovisuales utilizando la misma textura de época. Introduce así una realismo apócrifo, algo que es influencia de Borges en la literatura de Walsh. Y por otra parte, las imágenes recreadas siempre llevan el sesgo del plano de detalle, del fragmento. Esto le permite que las imágenes no sean mera ilustración del relato oral, sino que tengan el efecto de recuperar, en lo no mostrado, algo del efecto de lo no dicho en la escritura de Walsh, que siempre queda resonando como trabajo que involucra al lector.

De esta manera, R.J.W. no se reduce al simple acercamiento didáctico al Walsh de sus primeros años e influencias, ni tampoco al sentido homenaje a su riesgoso acto político-literario, por el que hoy continua con estatuto de desaparecido. Fermín Rivera nos presenta a un Walsh humano, sufriente y contradictorio, que encuentra en la escritura un saber hacer con la opresión y la injusticia social vividas en carne propia y una herramienta para elevar lo personal a la dimensión de lo colectivo. Nos devuelve al Walsh que nos regala el prodigioso artificio de su obra, al que vive la literatura como “un avance laborioso a través de la propia estupidez”, huella indeleble de la cual acaso podamos servirnos.