Lejos de la lloriqueada continua de lo políticamente correcto llega Rambo: Last Blood, película que defiende el género con toda bala disponible. Dirigida por Adrian Grunberg (Get The Gringo) esta nueva y – ¿última? – parte del largo camino de John Rambo es satisfacción a la orden de todo fan.
Sylvester Stallone es un showman, un hombre completamente sumergido en lo que quiere y ama al espectador y a sus fans y a veces esto es una contra ya que sus proyectos tienen alma pero carecen de la ejecución deseada – Expendables 3 –. No obstante, en una era de puntos débiles y el extremo inaceptable de calentarse por pavadas por mínimas opiniones en Rambo: Last Blood se dan las cosas a la perfección para que la pavada se deje de lado y el quejón – aquel que le grita al cielo porque sí – se tenga que comer las pavadas con un poco de la buena, vieja y confiable realidad. Rambo: Last Blood se siente gloriosamente In your face!.
First Blood puso a Rambo contra su propia gente, en su propia tierra, perdido en su propia madre patria (y mucha gente al hablar de Last Blood se olvida de esto); llegó First Blood: Part II y fue turno de los vietnamitas y soviéticos, en Rambo III las cosas se complicaron otra vez con los soviéticos y John Rambo unió codos con ciertas facciones afganas… Tudo bom, tudo legal. En Rambo IV la paz fue interrumpida por mercenarios y varias facciones militares en plena Birmania pero John, en su final, consigue regresar a casa. De todas las películas de la saga Rambo: Last Blood se siente la más personal – perdón Coronel Trauman – y en esta vez John Rambo tiene todo para perder – su accionar es simplemente proteger todo lo que quiere – simple y claro.
En su furia gastada y olvidada, John Rambo pasa sus días en su rancho localizado en Bowie, Arizona. Rambo no se encuentra solo, lo acompañan Maria (Adriana Barraza, como un breve interés romántico) y su nieta Gabriela (Yvette Monreal). Gabriela es una joven entusiasta y un claro escudo de paz en la burbuja de estrés post-traumático que vive John; cuando ella es vendida por su propia “amiga” a narcos en un viaje a México – al cual John le rogó que no fuera– para encontrar a su padre, el infierno se desata y John se pone cara a cara con los hermanos Martinez (Sergio Peris-Mencheta y el mismísimo Luisito Rey de la miniserie de Netflix, Óscar Jaenada).
Una Old School Vendetta se apodera del magistral acto tres ofreciendo todo lo que el espectador quiere ver. Sin pelos en la lengua John utiliza su extensa experiencia como boina verde para eliminar a todo villano que atraviese su propiedad; hablamos de gente mala, que respira y exclama el mal 24 horas al día y con lo que se expone en la película es una sola cosa: justicia.
La justicia moral está justificada y lejos de ser una llamado de realidad pone a disposición del espectador 89 minutos de pura construcción de acción cuyos 20 minutos finales evocan la gloria del cine de acción. Una película que no interesa y tampoco busca la simpatía de los voceros del amor y paz; una película que le hace cara a la falta de huevos, a la falta del “a todo o nada” que alguna vez reinaba en salas.
Con alma y mensaje Stallone y Matthew Cirulnick hacen un guión simple que no pide una sobreexposición de hechos, no desencadena misterios innecesarios y no deja preguntas en la cabeza; Stallone nos lleva directo al nido de ratas y pone una bomba para que nada quede, algo para que la victoria se sienta a pesar de tener un sabor agridulce.
No apta para los impresionables y en una época en que todos se gritan por cualquier cosa, en que la justicia se mide por la cara de pobrecito que esconde a un monstruo llega Rambo: Last Blood y es justo lo que la gente necesita, un hombre luchando contra la injusticia… ¿Por qué? Por qué nadie lo hace como John Rambo. Valoración: Muy Buena.