El héroe que siempre regresa con los republicanos
El aguerrido personaje de Sylvester Stallone regresa por quinta vez a la pantalla grande con una película más intimista, en apariencia, pero que deja al descubierto las políticas actuales
Se pueden decir muchas cosas de Sylvester Stallone: que tiene nula capacidad actoral, que sus personajes son todos iguales y que ya está pasado de moda. Pero lo cierto es que el septuagenario actor se las ha ingeniado para mantener en pantalla por al menos 35 años a dos de sus criaturas más entrañables: Rocky y Rambo.
En el primero de los casos, “Sly” logró reconvertir al campeón en entrenador del hijo bastardo de su mejor amigo y rival, y con eso le dio cuerda para un rato más al púgil. Sin embargo, ¿cómo insuflarle oxígeno a un personaje tan obsoleto como Rambo, un emblema de la lucha contra el comunismo?
La respuesta se encuentra en el gobierno republicano de turno: declararle la guerra a los mexicanos. Pero no a cualquier azteca sino a los narcos de ese país, personajes retratados como seres carentes de todo tipo de emociones (salvo que les toques a la propia sangre) y capaces de las peores atrocidades a nivel humano.
Para entender este fenómeno hay que remontarse al estreno de Rambo (1982) que no tenía ese nombre en los Estados Unidos, sino First Blood (Primera Sangre, un término que se refiere al primero que inflige daño a un oponente), una novela escrita 10 años antes por David Morrell, que se convirtió en un documento “de lectura obligatoria” en los institutos educativos de EEUU por el tratamiento que se le da a la “polarización” que había surgido entre los veteranos de la Guerra de Vietnam y el resto de la población de ese país. El pensamiento de ambas facciones se va alternando, en los capítulos, en los que el autor explora el perfil de John Rambo, un ex boina verde entrenado para matar sin piedad, y el del sheriff Teasle, la autoridad de un pueblo que no quiere al soldado en sus calles.
La película, dirigida por Ted Kotcheff se filmó en base a la figura de Stallone, y haciendo foco en el drama del veterano marginado de la sociedad, en tanto que el sheriff era visto como un villano y sus aguaciles como secuaces.
Como casi todo lo que tenía el nombre de Stallone en los ´80, la película se transformó en un suceso que le deparó 125 millones de dólares de taquilla sólo en los EEUU, y sentó el precedente de otra franquicia redituable para el musculoso actor, que a los tres años, logró regresar a su personaje a la pantalla grande para enfrentar a uno de los peores enemigos de la administración del entonces presidente Ronald Reagan: los comunistas.
En Rambo II (Rambo: First Blood part II, 1985), el protagonista regresa al infierno de Vietnam, en donde descubre que todavía hay soldados norteamericanos retenidos como prisioneros de los seguidores de Ho Chi Min, un tema “robado” a la Desaparecido en Acción (Missing in Action) de Chuck Norris que había llegado a los cines un año antes. Es curioso como este personaje le resultó funcional a Reagan en su pelea con los “rojos”, en tanto que Stallone pregonaba un doble mensaje con su otra cara, ya que ese mismo año Rocky (IV) se enfrentaba a Ivan Drago en Moscú y conquistaba a los soviéticos con un mensaje de paz.
Pero una vez que el “semental italiano” se durmió una siesta de varios años, Stallone resucitó al boina verde en 1988, también bajo la atenta mirada de Reagan, para un nuevo asalto contra los rusos, en este caso en Afganistan, un país que sufría una invasión militar soviética, y al que los “yankees” apoyaban con logística y armas. Pero después de esta batalla de un solo hombre, y con muchos proyectos en carpeta, Sylvester dejó de lado a sus dos personajes emblemáticos y recién los retomó en la década pasada.
En Rambo: Regreso al infierno (John Rambo, 2008) el veterano vuelve, otra vez durante un gobierno republicano, en este caso el del paupérrimo George Bush Jr., en una aventura en la que enfrenta a efectivos del ejército birmano para defender a unos misioneros que desean hacer llegar medicinas a un grupo de refugiados.
Pasaron 11 años y, en medio de otro gobierno republicano, en este caso el de Donald Trump, Rambo vuelve, aunque en este caso reconvertido en un cowboy que decide tomar la justicia en sus propias manos y recatar a su sobrina y única descendiente de su familia de un cartel mexicano que se dedica a secuestrar jóvenes para la trata de mujeres.
En este caso, la historia muestra a un Rambo asentado en un ámbito familiar, en el rancho que manejó su padre hasta el día de su muerte, pero en el que se ve que no ha podido manejar sus viejos hábitos. Es por eso que debajo de la superficie, el veterano soldado ha construido una serie de túneles en los que vive y fabrica todo tipo de armas.
La aparición de estos narcos sólo logra despertar al monstruo que tiene encerrado con medicación psiquiátrica en su interior, y es por eso que la guerra comienza de nuevo.
Es difícil imaginar cómo es que hay actores mexicanos que se prestan a filmar personajes tan estereotipados, que sólo sirven para exagerar los rasgos reaccionarios de Rambo; y la respuesta aparece al leer las notas de producción en la que se ve que la película es una coproducción entre Estados Unidos, España y Bulgaria.
Así vemos actores de nacionalidad española como Paz Vega, Óscar Jaenada y Sergio Peris-Mencheta interpretando a mexicanos, en tanto que la granja familiar, situada en la ficción en la frontera con México para delicia de Donald Trump, es en realidad una construcción realizada en Bulgaria.
Sin embargo, a la hora de los hechos, el film de Adrian Grunberg –el mismo que dirigió al también veterano Mel Gibson en Vacaciones Explosivas (Get The Gringo, 2012)- no desentona con el resto de los films de este personaje y realizan una “traslación” correcta del personaje a tierra norteamericana.
Con un guión que deja mucho que desear, Stallone hace lo que puede para recrear por última vez a este personaje y darle un cierre digno, con un film que se puede considerar como “correcto” para el género, pero olvidable para el resto de los mortales.
Injusticias que merecen ser resueltas, armas al por mayor, sentimientos encontrados y mucha pero mucha sangre (y gore) son los elementos que Sylvester garantiza con su siempre efectivo carisma a prueba de balas.