Sobre la disponibilidad de recursos
Gore Verbinski es uno de esos asalariados de Hollywood que dependen por completo del contexto de colaboradores circunstanciales y de la naturaleza intrínseca del material a trabajar debido a que por su cuenta es incapaz de entregar un producto interesante: recordemos sino pasos en falso como Un Ratoncito Duro de Roer (Mousehunt, 1997) y La Mexicana (The Mexican, 2001), obras aceptables como La Llamada (The Ring, 2002) y El Hombre del Tiempo (The Weather Man, 2005) o la trilogía en decadencia de Piratas del Caribe, la cual comenzó prometiendo entretenimiento retro para pronto caer en desgracia.
Más allá de la simpática idea de tomar prestada la premisa central de Barrio Chino (Chinatown, 1974) del extraordinario Roman Polanski e incluir alusiones explícitas a figuras de la talla de Hunter S. Thompson o Clint Eastwood, Rango (2011) no pasa de ser otro “film homenaje” que sólo funciona a nivel técnico y metadiscursivo: el subgénero aquí explorado es el spaghetti western a través de una historia de un “recién llegado” que pretende satirizar los correlatos más famosos de Yojimbo (1961) de Akira Kurosawa, léase Por un Puñado de Dólares (Per un Pugno di Dollari, 1964) y por supuesto Django (1966).
En gran medida esta colección caprichosa de citas es responsabilidad de Johnny Depp, un actor cuyo período de gloria indudablemente ha quedado en el pasado. Acercándose a la autoparodia involuntaria y la eterna repetición de un andamiaje petrificado de manierismos, el señor de 47 años compone a un camaleón metropolitano que termina como sheriff de un pueblito remoto llamado Tierra al que le viene faltando desde hace tiempo el agua para sus cultivos. Todos los lugares comunes dicen presente: robos, muertes varias, corrupción, un interés romántico, etc. (la trama es oscura para niños y demasiado simple para los adultos).
Prácticamente no hay ni un gramo de originalidad en el guión del bienintencionado John Logan, basta con señalar que los villanos de turno constituyen sendas referencias a Lee Van Cleef y John Huston. Nadie se puede ofender por tanto amor cinéfilo, el problema se origina en el hecho de que la película es apenas un vehículo tosco en “plan refrito” con más cinismo que corazón (de más está decir que el grueso del público no acusará recibo). Se extraña a Terry Gilliam en lo que por momentos parece ser una versión domesticada del espíritu salvaje de Pánico y Locura en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998).
La animación símil caricatura a cargo de la Industrial Light & Magic resulta el rasgo distintivo de la propuesta, el elemento que justifica su visión a fuerza de una exquisitez y meticulosidad que dejan sin aliento. Con mucho apoyo estético y un encanto maltrecho, Verbinski vuelve a poner de manifiesto sus limitaciones al privilegiar el apartado visual por sobre la coherencia del relato. La única forma digna de rendirle tributo a Sergio Leone es construyendo un spaghetti autosuficiente y no un álbum de recortes aislados: así siempre entre los recursos debería primar el talento, ese oro líquido que a veces se nos evapora…