El caso de la saga de Rápido y Furioso es único, además de un modelo a seguir. Si bien la primera parte ya tenía una buena cantidad de hallazgos (Vin Diesel, para empezar, el alma de la franquicia), los responsables no dejan de superarse película tras película, especialmente desde la cuarta entrega, cuando el pelado de voz gutural volvió luego de dos ausencias, ahora como productor. Los autos, las persecuciones, las mujeres, todo fue maximizado a niveles propios de los films de James Bond, lo que cautivó a los fanáticos. No obstante, la esencia es la de siempre, y no pasa por la espectacularidad sino por la lealtad y el amor. Rápidos y Furiosos 7 no sólo respeta esa premisa: va más lejos aún.
Esta vez, Dom Toretto (Diesel) y su familia -amigos, no: familia- comienzan a ser acechados por su pasado más reciente: Deckard Shaw (Jason Statham), un ex militar y ahora prófugo, está determinado a vengarse de quienes tocaron al hermano de Owen (Luke Evans), el villano de Rápidos y Furiosos 6. Una amenaza invisible, letal, con una inteligencia comparable a su destreza física. Pero hay una chance de desprenderse del rol de corderos y convertirse en cazadores: un misterioso agente (Kurt Russell) les ofrecerá asistencia si antes lo ayudan a rescatar a Ramsey (Nathalie Emmanuel), una hacker que tiene acceso a un programa capaz de monitorear cada dispositivo electrónico existente. Una misión que los llevará por nuevos parajes exóticos… y flamantes peligros que deberán sortear.
Desde la secuencia de créditos queda claro que se tratará de una historia de revancha, con un oponente a la par de Toretto y los suyos. Como era de esperarse, Jason Statham brilla en cada una de sus apariciones, que incluyen peleas memorables contra Hobbs (Dwayne Johnson) y Dom. Una premisa y un personaje poderosos, que terminan siendo consumidos por la subtrama de espionaje, en la que Djimon Hounsou encarna a un terrorista bastante menos intimidante que el astro de El Transportador. Claro que eso no perjudica ni el ritmo infernal ni las secuencias demoledoras e inspiradas. ¿En qué otra película habrá un auto saltando de un edificio a otro, y en los Emiratos Árabes?
Justin Lin, director de las cuatro secuelas anteriores, le cede el mando a James Wan. Si bien el malayo se hizo de un nombre gracias a películas de terror (El Juego del Miedo, El Silencio de la Muerte, La Noche del Demonio y su continuación, y El Conjuro), tiene un antecedente en el rubro acción, lazos filiales y venganza: Sentencia de Muerte, donde Kevin Bacon castigaba a los asesinos de su hijo. Allí también había una escena con un auto, pero el estilo elegido en R y F 7 es más colorido y frenético, a tono con los seis films que le preceden.
En Rápidos y Furiosos 7 hay adrenalina, humor, vehículos de ensueño y, sobre todo, emoción: la muerte de Paul Walker durante el rodaje -y en un accidente automovilístico, paradójicamente- tiñe el espíritu de la película. De hecho, el epílogo es una muy bella y emotiva carta de despedida al rubio actor. Por supuesto, la tragedia de Walker no parece detener a una saga que mantiene el pie en el acelerador, por el camino del éxito.