Payasos al volante
Más que una (mala) película de acción basada en delirios de toda índole, el noveno eslabón de la franquicia iniciada con Rápido y Furioso (The Fast and the Furious, 2001) es una (mala) comedia de pareja dispareja que por un lado retrasa mínimo unas tres décadas y por el otro ni graciosa resulta dentro de su catarata de momentos pueriles, torpeza narrativa sin freno y secuencias de acción larguísimas llenas de CGI que no tienen ni un ápice de la testosterona de los films que supuestamente pretenden emular, léase aquellas gestas bien lúdicas y muchísimo mejor ejecutadas del cine de acción de los 80 y 90. El tono infantil y banal destinado a los burgueses y lúmpenes descerebrados que consumen estos productos lo recubre todo, anulando cualquier indicio de peligrosidad porque sabemos que por más extrema que sea la faena que los adalides deben realizar, siempre saldrán airosos y limpios.
La preponderancia de la velocidad como tal fue introducida en el cine mainstream sobre todo en las décadas del 60 y 70 pero vinculada a la contracultura de la época y las epopeyas de deriva existencial improvisada, especie de pequeño ademán de rechazo contra el sistema capitalista en su conjunto mediante la metáfora de seguir caminos prefijados por la sociedad pero adoptando los marginales y menos transitados por las enormes mayorías de los colectivos humanos. Las dos décadas siguientes iniciaron un proceso de destilación política progresiva orientada a eliminar el sustrato de izquierda y dejar sólo las agitadas escenas de acción que enmarcaron a las road movies, las propuestas de atracos y aquellos dramas históricos del pasado inmediato, pronto generando un cine tontuelo y simple pero entretenido y decididamente más cercano a la derecha represiva de finales del Siglo XX.
Hollywood fue arrepintiéndose de este enfoque abiertamente fascistoide para encarar los productos destinados a los hombres y de a poco fue volcándolo hacia una fantasía neutra que pretende incorporar también a las mujeres y los niños, provocando mixturas genéricas cada vez más inofensivas y conservadoras como la de la presente saga, una combinación de carreras callejeras, heist movies y cine de espionaje que paulatinamente se fue acercando a la ciencia ficción lisa y llana mediante artilugios tecnológicos, amenazas de ocasión y giros retóricos en verdad ridículos. Hoy, sin ir más lejos, la historia nos encuentra siguiendo los pasos de los otrora enemigos Luke Hobbs (Dwayne Johnson), un agente federal del servicio diplomático yanqui, y Deckard Shaw (Jason Statham), un ex miembro de las fuerzas especiales británicas reconvertido en mercenario, quienes deben unirse para impedir que un virus que licúa los órganos internos de las personas caiga en manos del villano de turno, Brixton Lore (Idris Elba), un terrorista y ex MI6 -mitad androide, mitad ser humano- que utiliza su fuerza y habilidades para reventar a cualquiera que ose ponerse en su camino.
El trío de los buenos se completa con la hermana de Shaw, Hattie (Vanessa Kirby), una agente del servicio de inteligencia inglés que se inyecta el virus y así se transforma en el eje de las refriegas entre ambos bandos para controlar el arma de destrucción masiva. Como decíamos anteriormente, aquí todavía están presentes las secuencias de acción con vehículos motorizados pero poco y nada queda del sustrato terrenal y semi policial de los orígenes de la franquicia, un trasfondo que desapareció para dejar lugar a la fantasía más delirante en cuanto a los enfrentamientos, un metraje muy excesivo y constantes secuencias de comedia liviana que explotan la faceta de payasos de Johnson y Statham, lo que significa que el que lleva la batuta es el primero a raíz del predominio del enclave cómico por sobre cualquier atisbo de seriedad o coherencia narrativa. Los dos actores principales están bien en lo suyo (de hecho, vienen haciendo lo mismo desde hace décadas y a esta altura lo hacen más o menos bien), sin embargo el opus en sí de David Leitch es de lo más perezoso y remanido al punto de la exasperación por la acumulación de estereotipos mal ejecutados…