Realidad miserable, virtualidad delirante
A pesar de que no llega ser tan eficaz como los grandes clásicos de Steven Spielberg de las décadas del 70, 80 y 90, la verdad es que Ready Player One (2018) es la mejor película de entretenimiento puro y duro que entregó el realizador en sus últimos 20 años de carrera, algo sinceramente impensado para alguien a quien creíamos ya con nada para decir y con su capacidad agotada para los relatos de corazón blando, familiar y apto para todo público. Recordemos que desde La Lista de Schindler (Schindler's List, 1993) el señor le pegó el bichito de la madurez full time y de buscar prestigio intra mainstream, lo que derivó en una catarata de obras graves (algunas muy buenas, la mayoría olvidable) y productos pasatistas intermedios (en general craneados apenas como un “divertimento” fugaz, ahora ya lejos de las cúspides de antaño del rubro que lo hicieron famoso y que después él mismo ninguneó).
La obra es una cruza entre El Origen (Inception, 2010), Avatar (2009), eXistenZ (1999), El Hombre del Jardín (The Lawnmower Man, 1992) y Rollerball (1975), lo que genera un cóctel robusto: a mediados de nuestro Siglo XXI el capitalismo acrecentó las desigualdades sociales pero logró que prácticamente todos los habitantes del globo estén obsesionados con un juego/ entorno de realidad virtual llamado Oasis, en donde un joven empobrecido, Wade (Tye Sheridan), pasa la mayor parte de su tiempo como su avatar Parzival. El creador de Oasis, Halliday (Mark Rylance), antes de morir dejó ocultas tres llaves que de encontrarlas convertirían al ganador en el nuevo dueño de la mega compañía propietaria del juego. Por supuesto que nuestro héroe Wade encuentra la primera llave y eso lo pone en la mira de IOI, una empresa encabezada por Sorrento (Ben Mendelsohn), quien desea controlar Oasis.
Ayudado por Art3mis (Olivia Cooke), una avatar que como él busca tomar posesión del enclave lúdico para evitar que los monstruos corporativos de Sorrento conviertan a Oasis en un espacio saturado de publicidad y para unos pocos (“membresías” mediante), Wade debe por un lado sobrevivir a los sicarios en el mundo real del villano y a sus homólogos del universo virtual, uno dominado por lo que podríamos definir como una existencia paralela en la que los atropellos cotidianos se desvanecen para dejar lugar a los delirios y los sueños más bizarros, siempre y cuando se disponga del dinero necesario para comprarlos. Como era de esperar, el guión de Zak Penn y Ernest Cline, basado en un libro de este último, no cuestiona en nada los cimientos expoliadores del capital -representados en la villa miseria futurista en la que vive el protagonista- pero por lo menos le pega largo y tendido a la pantomima de las redes sociales, la manipulación de los sentidos de los videojuegos de nuestros días y en especial a la avaricia caníbal de los conglomerados del entretenimiento.
Sin embargo en lo que realmente brilla el opus de Spielberg es en una presteza narrativa que nos vende una aventura frenética a la vieja usanza, la cual pone en primer plano el desarrollo de personajes, la justicia como bien supremo y hasta un puñado de secuencias de acción que llaman la atención por lo imaginativas y respetuosas para con el espectador, resultando más encantadoras y risueñas que espectaculares y redundantes. Otro hallazgo del tono general que nos regala el director pasa por el hecho de obviar la soberbia vacua y grosera del cine pochoclero contemporáneo para abrazar en cambio un naturalismo sensato que no trata a los jóvenes protagonistas como unos chistes vivientes ya que los respeta y los valora por su inteligencia; circunstancia que asimismo le permite al norteamericano recuperar uno de sus tópicos preferidos, la orfandad y su contracara, léase la posibilidad de construir una familia a partir de los cofrades que la vida nos acerca en la senda por la tierra o las plataformas virtuales, justo como le sucede a Wade con Art3mis y demás secundarios.
Lamentablemente no son todas rosas en Ready Player One porque en esencia la película está saturada de referencias a la cultura pop de los 80, una estrategia narrativa que sin llegar a molestar, a decir verdad se siente un poco forzada (la excusa es que Halliday adoraba esa década y llenó a Oasis de citas directas que se trasladaron a los usuarios) y a veces distrae innecesariamente de la historia en sí (en cierto sentido es un autohomenaje del cineasta ya que buena parte de sus grandes trabajos infantiles y adolescentes fueron creados durante esa época, de la que tomó nada menos que el formato retórico ágil y algo cándido). De todas formas, Spielberg utiliza las referencias para armar una de las mejores escenas del film, la que involucra la búsqueda de una de las llaves dentro del Hotel Overlook de El Resplandor (The Shining, 1980), suerte de elegía cariñosa e hilarante al enorme Stanley Kubrick. Sin ser del todo original, la obra cuenta con la energía y el desparpajo suficientes para que el director por fin se exorcice a sí mismo luego de tantos años de productos a media máquina y/ o desinspirados, lo que hoy nos lleva a un trabajo muy disfrutable que para colmo se da el gustito de lanzar dardos camuflados -vía el personaje del maravilloso Mendelsohn- a ladrones célebres de la informática como Steven Jobs, Bill Gates y Mark Zuckerberg, al mismo tiempo monstruos y ejemplos del capitalismo más manipulador, despiadado y salvaje, aquí poseedor de su propia guardia parapolicial y su ejército de esclavitos trolls…