La memoria y sus bisagras.
Uno de los tópicos preferidos del cine posterior a la Segunda Guerra Mundial fue la cacería y el juzgamiento de los criminales de guerra nazis que lograron fugarse de sus respectivos asentamientos bélicos hacia distintas partes del globo, todo un subgénero dentro del policial que nos acercó obras de lo más variadas: desde las primigenias El Extraño (The Stranger, 1946), del gran Orson Welles, y El Juicio de Nuremberg (Judgment at Nuremberg, 1961), pasando por las muy enérgicas Odessa (The Odessa File, 1974), Maratón de la Muerte (Marathon Man, 1976) y Los Niños del Brasil (The Boys from Brazil, 1978), hasta Mucho más que un Crimen (Music Box, 1989) y El Libro Negro (Zwartboek, 2006), del siempre genial Paul Verhoeven. La duplicidad, el horror del genocidio y las paradojas de la moral de los vencedores y los perdedores son algunas de las muchas obsesiones de la vertiente.
Contra todo pronóstico, Recuerdos Secretos (Remember, 2015) no sólo es otro interesante eslabón dentro de esta cadena de exploitations con conciencia, sino que además aporta una vuelta de tuerca símil Memento (2000) a un engranaje narrativo que ya parecía agotado. Esta vez el cazador es el anciano Zev Gutman (un extraordinario Christopher Plummer), un judío sobreviviente de Auschwitz que -luego de la muerte de su esposa- emprende un viaje por Estados Unidos y Canadá en busca de Otto Wallisch, miembro de las SS y responsable del asesinato de su familia, hoy supuestamente oculto bajo el nombre de Rudy Kurlander. Pero la faena no será tan sencilla y ello se debe al detalle de que Gutman padece episodios cíclicos de amnesia, en los que se ve obligado a leer una carta con instrucciones que le escribió Max Rosenbaum (Martin Landau), otro sobreviviente y el ideólogo de la hazaña.
Así las cosas, el relato presenta a cuatro sospechosos que emigraron durante el período, a quienes el protagonista interrogará armado con una Glock y con el firme propósito de descubrir y ejecutar a Wallisch, por más que sea en función de su ajada memoria. El realizador Atom Egoyan, un señor que se hizo conocido internacionalmente gracias a la sobrevalorada El Dulce Porvenir (The Sweet Hereafter, 1997), hoy administra con una inusitada solvencia la tensión que subyace en el guión de Benjamin August, un trabajo simple a primera vista aunque muy eficaz y dinámico en cuanto a la progresión dramática y el aprovechamiento de los pormenores del thriller testimonial (ahora condimentado con la vejez y la clandestinidad) y de la premisa de base (vinculada a la soledad de la demencia y las muchas bisagras que vuelven a poner a Gutman en contacto con el mundo que lo rodea).
Literalmente estamos ante la que quizá sea la película definitiva de Egoyan, un opus que supera con creces sus últimas y fallidas exploraciones en el campo del suspenso, las cuales a su vez constituyeron una mejoría con respecto a aquellos bodrios psicosexuales con los que comenzó su carrera. Explotando cada instante de la compleja cotidianeidad del personaje principal, esa que construye incertidumbre a través de su padecimiento y el riesgo latente de ser arrestado, la propuesta juega con los sincericidios involuntarios de Gutman y pone en perspectiva la estela trágica -a lo largo de los años- de un pasado que quedó abierto por la impunidad de la que suelen gozar los homicidas gubernamentales. Sólo resta aclarar que Recuerdos Secretos es uno de esos films que se reserva un golpe de efecto para el momento del desenlace, un recurso encantador que últimamente había caído en desuso…