Films como The Adjuster, Exótica, El Dulce Porvenir y El Viaje de Felicia convirtieron a Atom Egoyan en uno de los cineastas más interesantes, anticonvencionales y atrevidos del panorama actual. Nacido en El Cairo, de ascendencia armenia pero criado en Canadá, comparte con su colega David Cronenberg la preocupación por las historias complejas, con personajes esclavos de sus propios tormentos, además de una impronta fría y amarga, típica de esa parte de Norteamérica. Sus trabajos más recientes no contribuyeron a fomentar su talento, pero Recuerdos Secretos prometía devolverlo a la versión que cautivó a cinéfilos y valientes. Y la promesa fue cumplida.
Zev Guttman (Christopher Plummer) es anciano, padece demencia senil y acaba de quedar viudo. Su fuerza de voluntad le permitirá cumplir con el objetivo planteado cuando su esposa muriera: encontrar a Rudy Kurlander, el alias del jerarca nazi que mató a su familia en Auschwitz. Según Max (Martin Landau), su fiel compañero en el asilo donde residen, Kurlander vive en los Estados Unidos… donde hay cuatro personas con el mismo nombre. Zev escapa del asilo y, manteniendo el contacto con Max, iniciará la tan demorada venganza.
Sin perder la forma de thriller con toques de humor negro, la nueva película de Egoyan se mete con el Holocausto, sus sobrevivientes y sus consecuencias, y es fiel a las obsesiones de su realizador: la memoria, la desolación, el dolor, el pasado más oscuro, los secretos más prohibidos, la muerte. Estamos ante una road movie repleta de tensión, detalles que no se deben escapar, giros inesperados y una de las mejores y más lúgubres actuaciones del siempre excelente Christopher Plummer, quien ya había trabajado con el director en Ararat, también sobre un episodio denso de la historia como lo fue el genocidio armenio. Cada aparición de Plummer le da un sabor único a cada escena. No menos exactas son las interpretaciones de Landau y, en papeles menores pero cruciales, Bruno Ganz, Dean Norris y un casi irreconocible Jürgen Prochnow.
Recuerdos Secretos trae al mejor Egoyan en mucho tiempo y, como en sus obras más destacadas, deja pensando al espectador, que deberá digerir una obra dura e implacable como invierno canadiense.