Paradojas de la tolerancia.
Sinceramente muchas eran las expectativas que acumulaba Regression (2015), la vuelta del gran Alejandro Amenábar a los thrillers psicológicos centrados en antihéroes -en mayor o menor medida- con una cruz a cuestas. La película no sólo no decepciona sino que además sorprende por su virulencia, llevando la estructura hitchcockiana de Tesis (1996), Abre los Ojos (1997) y Los Otros (2001) a la comarca de una clase B volcada a una desmitificación antimainstream de las sectas. Aquí el chileno/ español apabulla invocando los motivos del terror seco que acompañan al séptimo arte desde su génesis (rituales satánicos, tortura, sacrificios de bebés, autoflagelaciones, gatitos negros, antropofagia, suicidios, cónclaves del averno, etc.) para atravesarlos con el tamiz del film noir (la brutalidad y las tragedias empiezan por casa y se expanden pomposamente hacia la cúpula gerencial de la sociedad).
Desde ya que el catalizador de turno nos ofrece una investigación mugrosa, la del Detective Bruce Kenner (Ethan Hawke), quien se transforma en el adalid de la denuncia de la joven Angela Gray (Emma Watson) por abuso sexual contra su padre amnésico John (David Dencik). Como si se tratase de un cuento moral, aunque en este caso inspirado en sucesos reales, el protagonista comienza una pesquisa amparada tanto en la institución policial como en la religión y la ciencia, hoy con el ropaje de la psicología: de hecho, Kenner considera que sus colegas son algo “inoperantes” y por ello ve con buenos ojos la ayuda del Reverendo Beaumont (Lothaire Bluteau) y el Profesor Kenneth Raines (David Thewlis), éste último un especialista en esa hipnosis regresiva a la que hace referencia el título, suerte de “llave” que libera los recuerdos reprimidos en el inconsciente de todos los involucrados.
Aquella sutileza de la primera etapa de la trayectoria de Amenábar, que a su vez mutó en la legitimidad rigurosa de Mar Adentro (2004) y Ágora (2009), en esta oportunidad se va literalmente al demonio. Regression es una epopeya muy valiente que extrema cada uno de los resortes del verosímil para combinar el suspenso más histérico con el drama familiar y el horror fetichista en sintonía con Clive Barker, todo apoyado en la convicción de que el acopio de elementos -generosamente delirantes- nos conduce a un estado de permanente sorpresa que facilita el apuntalamiento del misterio y las paradojas ideológicas de base. El director construye una propuesta exquisita como no se veía desde hace mucho tiempo, en la que el desconcierto y el éxtasis del personaje principal se trasladan al espectador a medida que sus pesadillas resultan igual de relevantes que el sondeo profesional/ detectivesco en sí.
Por momentos el opus parece funcionar como una parodia de esa izquierda seudo tolerante, vinculada al populismo, que pretende reconciliar al aparato religioso de contención social (Angela se escapó de su hogar y vive en la parroquia de Beaumont) con la psicología y las fuerzas públicas más “progresivas” que intentan esquivar la pauperización teórica y la corrupción de sesgo cotidiano (el dúo que conforman Raines y Kenner juega sin culpas con la dialéctica de la complementación conceptual, siempre a la par de las argucias del guión, como por ejemplo el tantear una oposición entre ambos que pronto se diluye por el estatuto ventajoso que cada uno establece gracias al otro). Como correlato de lo anterior y en consonancia con el acercamiento de todo el clan Gray a la fe, también es posible demarcar una lectura sarcástica sobre la redención y las reconversiones identitarias por obra divina.
Aventuras tan caóticas, furiosas y entretenidas como la presente le hacen muy bien al cine porque unifican la voracidad multigénero de nuestros días y el viejo arte de invitar al razonamiento, un “amigo” de otras épocas al que tratan de esconder bajo las excusas de la inmediatez visual, las citas, la falta de talento de los realizadores y/ o los déficits educativos de la prensa y el público, esos adeptos a los sustos higiénicos e inofensivos. El pulmón trash del film de Amenábar, más allá de su desparpajo narrativo, posee una doble válvula reductora de presión, que se activa cuando el cúmulo de desvaríos alcanza una cúspide sin retorno: por un lado tenemos la actuación entre angelical y sexy de Watson, una señorita no muy expresiva pero eficaz en lo suyo, y por el otro está el inefable Hawke, paradigma de un porfiar contradictorio que partiendo del tesón y la integridad deriva en la manipulación…