Amores ocultos y prohibidos Este film inglés desembarca en la pantalla grande luego de su formato de serie televisiva y no es otra cosa que una historia de amores imposibles en la Inglaterra previa a la Segunda Guerra Mundial. Basada en la novela de Evelyn Waugh, una de las obras maestras del siglo XX, la realización de Julian Jarrold brinda una inspirada atmósfera aristocrática en la que conviven los mandatos familiares, las luchas de clases, el respeto desmedido por la religión, la bebida y los amores ocultos. Regreso a la Mansión Brideshead tiene todos los elementos para atrapar al espectador exigente (aunque su extensión le juega por momentos en contra): romances contrariados, adicciones, ambientes fastuosos y hasta fiestas venecianas. La acción alterna pasado y presente y sigue los días de Charles Ryder (un excelente Matthew Goode, actor de Matchpoint), un joven pintor que va a Oxford a estudiar historia y es invitado por el joven Sebastian (Ben Wishaw) a la mansión del título. Una vez instalado, Charles se sumerge en un juego de seducción y conquista amorosa con Sebastian hasta que entra en acción la hermana de éste, Julia (Hayley Atwell). Charles conformará entonces la tercera pata de un triángulo amoroso complicado y luchará además con la presencia de la Sra Flyte (impecable EmmaThompson), la madre de os hermanos que todo controla y "todo lo puede". Y ahí explota el conflicto religioso y el de las lucha de clases sociales porque los Flyte son católicos ("Dios ordena, nosotros obedecemos"), mientras que Charles pertenece a otro mundo ("Ya no estás en Sudamérica, acá estás con personas civilizadas"). El relato sobrevuela permanentemente el tema de la culpa y el pecado que se instalan en la casona como para advertir los romances prohibidos que se desatan en su interior y que avecinan el caos. Todo salta por los aires con la fuerza de un corcho de champagne.
Atrapados sin salida Regreso a la mansión Brideshead (Brideshead revisited, 2008) nos introduce en una trama cautivante. En este film de época (período de entreguerras), la historia nos permite acceder a un mundo donde la libertad es una ilusión y donde todos quedarán encerrados en una realidad artificial en decadencia pero que se perfila como única e invencible. El film comienza con la voz en off del protagonista, Charles Ryder (Matthew Good), quien en un breve prólogo nos hace partícipes de sus sentimientos sobre la historia a desarrollarse. Enseguida se da inicio a un largo flashback que nos sitúa 10 años atrás. En este tiempo, Charles conoce en el campus de la Universidad de Oxford a Sebastian (Ben Whishaw), un joven aristócrata con quien inicia una relación de amistad que rondará la ambigüedad por la inclinación homosexual de este último. El lugar que gana protagonismo dramático en el film es Brideshead, la mansión de la familia de Sebastian, que con su magnificencia cautivará a Charles tanto como lo hará su hermana Julia (Hayley Atwell). Más allá del triángulo que construyen estos tres personajes, se encuentra Lady Marchmain (Emma Thompson), la madre de los hermanos. Es ella quien le otorga el verdadero sentido dramático a Brideshead. Una señora de la clase aristocrática, que moldea su vida y la de su familia de acuerdo a los cánones de la fe católica. Su mirada a Charles es pues de desconfianza: su ateismo y no pertenencia a la alta sociedad no lo hacen digno de la amistad de Sebastian y mucho menos del amor de su hija. Su omnipresencia en la vida de sus hijos marcará un fuerte determinismo en el destino de estos. Lo cierto es que Regreso a la mansión Brideshead nos sitúa antes que nada en un contexto. El período de entreguerras en una Londres signada por los prejuicios de clase y religión, pero que también es un universo ya en crisis. En este escenario se debatirán los personajes del film, cual marionetas guiadas por una sociedad que no acepta conductas fuera de los límites que impone la religión católica. La infelicidad a la que son conducidos los protagonistas los deja en una posición de vulnerabilidad en la cual la presencia de Charles marca un contraste y una posible salida. Este personaje parece ser la opción de Sebastian y Julia para salvarse del destino de culpa al cual los induce la sociedad y la propia familia. Pero la película se encarga de mostrar que esto no parece viable. Desde la puesta en escena la película construye la idea de lo laberíntico para el personaje de Charles. Atraviesa largos pasillos, puertas y arcadas que refuerzan esa idea. La sensación de que no hay escapatoria termina por encerrar a Charles en el mismo espacio “brideshoniano”. Como se dijo anteriormente, la historia logra cautivar al espectador. Pero la sugestiva puesta en escena consigue consagrar doblemente el mérito del film.
Parte de la religión Drama épico, romántico, basado en la novela de Evelyn Waugh. Hay dos modos de ver, de disfrutar o no tanto, esta película: 1) Con la novela de Evelyn Waugh -Regreso a Brideshead, escrita en 1945- en la cabeza. O, también, con la miniserie que protagonizaron Jeremy Irons, Laurence Olivier y Claire Bloom en los '80, repuesta hace meses por la señal Europa Europa 2) Sin referencias previas: en este caso, el espectador gozará más de un drama épico, romántico, de época, en el que la religión juega un papel central en la Inglaterra de entreguerras. El filme empieza con la cámara acompañando la nuca de Charles Ryder (Matthew Good), durante la Segunda Guerra, con la voz de este personaje -que dará el punto de vista de todo el filme- en off: la belleza de la prosa de Waugh se hace evidente y presagia una trama de desamor, desdicha, dilemas existenciales y, especialmente, culpa. La historia será narrada en tres "actos" que abarcarán diez años: una década que modificará para siempre la vida del protagonista y que marcará el declive de la aristocracia católica inglesa. El Ryder más joven que aparece, el de los años '30, es un estudiante universitario de Historia: un muchacho de clase media, ateo, aspirante a artista, con un reprimido espíritu renacentista. Ahí, en Oxford, conoce a Sebastian (Ben Whishaw): joven gay, hedonista, bon vivant, sibarita, casi wildeano, que termina llevándolo a su hogar, la mansión Brideshead, palacio imponente en el que se combinan el goce profano de Sebastian y su hermana Julia (Hayley Thompson) con la opresiva, rígida, aristocrática moral católica de la madre de ambos, Lady Marchmain (infaltable, eficaz Emma Thompson). La que le dice a Charles: "La felicidad no tiene relevancia en esta vida". Pronto empieza a conformarse un triángulo amoroso entre Charles, Sebastian y Julia. Un triángulo en el que se mezclan goces y represiones, excesos y trabas morales, libertades y deseos de posesión, mandatos religiosos maternos y la intención de salirse de ellos. Otro personaje que juega un rol importante, más por lo que representa que por los minutos en pantalla, es el agnóstico padre de los hermanos Flyte, que vive en Venecia con su amante italiana y tiene, como la ciudad, características de libertino. Su idea sobre la vida y sus cambios serán vitales en la resolución de Regreso... Julian Jarrold, realizador de esta adaptación, se toma licencias respecto del original y no siempre logra traducir el espíritu de esta obra de Waugh, que combina dilemas morales íntimos con un fresco de época. El trabajo visual es, sí, impecable: la ambientación, la escenografía, la fotografía, ciertas puestas en escenas, la cámara deslizándose por el interior de la ornamentada mansión -que funciona como una gran alegoría- o por los paisajes británicos, venecianos y marroquíes, tres locaciones con sus cargas simbólicas. Es una pena que, sobre todo en el tramo final, el filme caiga en retóricas y esquemas que lo debilitan, le quitan complejidad y lo dejan al borde de un culebrón que Waugh jamás escribió.
Ultimas imágenes del paraíso perdido Regreso a la mansión Brideshead adapta la novela de Evelyn Waugh con bellas imágenes y buenas actuaciones, aunque poco peso específico. Quizás el mayor elogio que pueda hacerse a este Regreso a la mansión Brideshead es que no palidece frente a la legendaria versión de la BBC de 1981, aquella que cimentó la carrera de Jeremy Irons y que contó con nada menos que Laurence Olivier, John Gielgud y Claire Bloom en papeles centrales. Pero no palidecer no implica brillar con luz propia y, por toda su opulencia visual y refinada sensibilidad, no hay mucho corazón en esta versión cinematográfica del clásico de Evelyn Waugh, cuya apuesta se apoya casi exclusivamente en la belleza de sus imágenes y la decisión de hacer explícita la exacta naturaleza de la ambivalente relación que une al ambicioso Charles Ryder con los aristocráticos hermanos Flyte. Convertido aquí en un civilizado triángulo amoroso -aunque la seducción que ejerce la imponente mansión del título merecía rediseñarlo como cuadrado-, el relato narra cómo el aprendiz de pintor es incorporado al decadente círculo de Sebastian (Ben Whishaw) en la universidad y, tímidamente al principio y desesperadamente al final, se convierte en parte irreemplazable de su existencia fuera de ella, tan enamorado de él y su hierática hermana Julia (Hayley Atwell) como de su glamoroso tren de vida. Su catolicismo ortodoxo convierte a los Flyte en rara avis incluso para la alta nobleza británica, especie en franca extinción para el período de entreguerras. Son, para Waugh, los últimos habitantes de un paraíso perdido exquisitamente recobrado aquí gracias a la dirección de arte de Thomas Brown, Lynne Huitson y Ben Munro y la pictórica fotografía de Jess Hall. Ryder (Matthew Goode) es consciente de ser un intruso, pero es precisamente su ateísmo y "modernidad" los que lo convierten irónicamente en inmejorable guardián de Sebastian a instancias de su inclemente madre, Lady Marchmain (Emma Thompson, en un breve pero memorable papel). A partir de allí, con rienda suelta para desarrollar su obsesión por Brideshead y todo su contenido, material y humano, Regreso a la mansión... desanda el extenso flashback que encuadra el film con paso seguro y ameno, pero algo prosaico. Es que ni las sensibles composiciones de su trío protagónico son capaces de convertir a sus habitantes en algo más que criaturas fantasmagóricas. En este proceso de actualización -por utilizar un cliché- hot (la especialidad de su guionista Andrew Davies desde aquella recordada adaptación de Orgullo y prejuicio ), la historia ha perdido buena parte de su complejidad psicológica (por no mencionar la teológica), esa que la ha hecho perdurar, en pos de una contundencia dramática que se consume tan rápido como la vela que cierra el film y sirve como apropiada metáfora del destino de sus personajes.
La fría adaptación de un clásico literario La repercusión obtenida en 2007 por Expiación, deseo y pecado habrá apurado esta primera versión cinematográfica del clásico británico Regreso a Brideshead, tres lustros posterior a una muy reconocida miniserie que consagró a Jeremy Irons. Publicada en el momento en que la Segunda Guerra llegaba a su fin, la novela de Evelyn Waugh comparte con la de su compatriota Ian McEwan el carácter de melodrama romántico, con el conflicto bélico como fondo. Ambas dan pie al despliegue de lo que la jerga del cine gusta llamar “valores de producción”: grandes mansiones, millonaria reconstrucción de época, guardarropas lujosamente fotografiados. Aun en sus disparidades, Expiación lograba rasgar esa cáscara, al convocar algo del orden de lo humano. Académica hasta la médula, Regreso a la mansión Brideshead (título con que la película se estrena en Argentina) parece, en cambio, un antiguo monumento señorial, semivacío y lleno de figuras de cera. En la novela, el conocimiento de una familia inmensamente rica, tradicional y católica conduce a un joven de clase media, futuro artista plástico, a una suerte de epifanía espiritual. No por nada ya en el momento de su publicación (1945) le ganó a Waugh acusaciones de reaccionarismo. Escrita por el veterano guionista Andrew Davies (autor de incontables traslaciones a la televisión de clásicos de la literatura inglesa) y dirigida por Julian Jarrold, que cuenta con su propia foja de clásicos adaptados, la versión que ahora se estrena intenta atenuar aquellos desbordes –evitando, por ejemplo, toda alusión a la conversión final del protagonista–, pero sólo para flotar en una media agua. A través de una serie de raccontos, el capitán Charles Ryder (Matthew Goode) recuerda, a fines de la Segunda Guerra, su relación de décadas con los habitantes de Brideshead. Mansión campestre de varias plantas y decenas de habitaciones, la de Lord y Lady Marchmain (Michael Gambon y Emma Thompson) parece más un museo que una casa. De largo cuño nobiliario, los dueños de Brideshead despiertan en Charles la clase de fascinación y rechazo que sólo el abismo de clase puede promover. El de clase y el de credo: a Ryder, los rezos de sus anfitriones –toda una extravagancia, en medio de la Inglaterra protestante y eduardiana– le suscitan una asombrada curiosidad, teñida de ironía. Sobre todo, teniendo en cuenta que si llegó hasta allí fue de la mano de uno de los hijos del medio, Sebastian (Ben Whishaw), que no representa exactamente el ideal de vida religiosa. Casi un émulo de Oscar Wilde, los foulards de Sebastian suelen ser tan largos como sus fiestas, su consumo de alcohol y su núcleo de amigos varones. Esta versión explicita aquello a lo que el propio Waugh no se atrevía a decir con todas las letras. Aunque no del todo. Hay algún piquito y una larga convivencia entre Sebastian y Charles, pero ninguna escena de cama. Si la hubiera, sería pasajera. Basta que aparezca Julia, hermana menor de Sebastian (Hayley Atwell) para que la atención amatoria de Charles se reenfoque bruscamente, dando al relato su verdadero motivo romántico. Pero ese motivo está más escrito que representado: ni los protagonistas ni el realizador parecen en condiciones de dar vida a lo que está en el papel. Más allá de que una Emma Thompson de cabello imperialmente blanco luzca tan autoritaria como una reina –y tan política, conspirativa e intrigante– y de que Michael Gambon retoce todo lo que pueda en su papel de aristócrata abandónico, exilado y hedonista –antes de su arrepentimiento final, claro está– los personajes se definen más por lo que se dice de ellos que por lo que hacen, son o aparentan ser. No habiendo aquí asomo del brillo estilístico que redimía al texto original de un insalvable confesionalismo, Regreso a la mansión Brideshead más parece una versión Madame Toussaud de la novela de Waugh.
Va a gustar mucho a los amantes del cine exquisito y con buen gusto, pero quizás por momentos se torne tediosa para aquellos que están más acostumbrados a los ritmos de las películas estadounidenses, ya que ésta es una típica película...
Un largo flashback invita a viajar en el tiempo y remontarse años antes de la Segunda Guerra mundial, cuando Charles Ryder (interpretado por Matthew Goode, a quien pudo verse en Match Point, Copiando a Beethoven entre otras), un joven de clase media cuya aspiración es ser un reconocido artista plástico, logra ingresar en Oxford. Es allí donde conoce a Sebastian Flyte (Ben Whishaw, cuyo trabajo más conocido sea quizás el papel principal que interpretó en El Perfume, historia de un asesino). La amistad que cultiva junto a Sebastian lleva a Charles a descubrir un mundo nuevo para él: el de la aristocracia inglesa, con sus privilegios y también su decadencia. El film muestra, a través de una cuidadosa ambientación, la sofisticación y el lujo de un estilo de vida que no logra atravesar la superficialidad de lo material. Una vieja y enorme mansión rodeada de interminables jardines alberga a una familia que se desintegra de a poco. La amistad casi enfermiza –y que supera todos los límites- que siente Sebastian por Charles; sus constantes depresiones, que lo llevan a refugiarse en el alcohol; los límites absolutos impuestos por una madre dominante (Lady Marchmain, interpretada por Emma Thompson) cuyos principios católicos no toleran las libertades que su hijo se toma; el amor incondicional de Julia, una hermana por demás sobreprotectora (Hayley Atwell, quien apareció entre otras en El sueño de Cassandra, de Woody Allen y en La Duquesa). Por otro lado, Lord Marchman (Michael Gambon) dejó a su esposa para vivir en Italia con su amante (Greta Scacchi, en el papel de Cara) situación esta que empaña aún más la reputación social de la familia. Regreso a la Mansión Brideshead es un relato con muchos personajes que conforman una trama densa pero que, sin embargo, conserva el hilo de la historia sin perderse en detalles innecesarios. El film es el retrato de la forma de vida de una clase social que se desploma sobre sí misma. El paso del tiempo no logrará dar a los personajes la oportunidad de tener la vida que realmente hubieran querido; los límites impuestos por la madre son en ellos como cimientos que los atan sin posibilidad de liberarse. Los años de amistad entre los Flyte y Charles marcarán, además, a cada uno de ellos para siempre. Si bien el film es profundo y muestra un análisis bien crítico de la sociedad que muestra, quizás por abarcar tantos años se vuelve por momentos pesado y se pierde el interés. Deja la sensación de que la misma historia podría haberse contado con unos cuantos minutos menos.
Con el estilo propio de una gran película inglesa de época, Regreso a la Mansión Brideshead es una obra de enorme calidad plástica y expresiva, ideal para el público que aprecia el género. Ambientada en las campiñas británicas en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, el film está basado en un clásico de la literatura inglesa que en su momento desencadenó polémicas por su historia de amores prohibidos y confrontados, un triangulo entre dos hombres y una mujer en el que las pasiones no se centran en la dama sino en uno de los dos varones, en un cúmulo de arrebatados sentimientos del cual ninguno de los tres podrá abstraerse. Una madre dominante y excluyente, una familia disfuncional y otros personajes que giran alrededor de una aristocracia católica inglesa en decadencia, van jalonando una trama apasionante, magníficamente plasmada en imágenes. La poderosa injerencia religiosa en los vaivenes de la historia, le otorga al film un toque asfixiante y mordaz. El realizador Julian Jarrold en su cuarta película entrega su mejor trabajo, ensamblando con maestría todos los elementos, ayudado asimismo por la excelente música de Adrian Johnston. El jerarquizado elenco, además de una impecable Emma Thompson y una bellísima y talentosa Greta Scacchi, cuenta con un dueto protagónico formidable en Matthew Goode y Ben Whishaw, el camaleónico actor de Perfume, historia de un asesino.
Elogio de la culpa Basada en la novela de la escritora Evelyn Waugh, Regreso a la mansión Brideshead se instala dentro de lo que podría denominarse melodrama preciosista ambientado en un contexto aristocrático con un fuerte componente religioso detrás. Si hay algo que determina la poca acción de cada uno de los personajes involucrados en la trama, que arranca a fines de la Segunda Guerra Mundial con los recuerdos de Charles Ryder (Mathew Goode) al regresar a la citada mansión del título, sin dudas es un elemento culpógeno donde la única redención posible sería la muerte. A partir del racconto de sucesos que remontan al relato a la juventud del protagonista, el director Julian Jarrold construye una historia que abusa, en el peor sentido, del academicismo llevando a la película -sobre todo en la primera mitad- a un terreno de morosidad que apenas alcanza para conocer un poco mejor a los personajes y a sus conflictos. Esa lentitud se va disipando cuando surge la figura de Lady Marchmain (Emma Thompson), dueña de la mansión, que ejerce el control psicológico sobre sus dos hijos, Julia (Hayley Atwel) y Sebastian (Ben Whishaw) bajo la rectitud religiosa. Por eso la llegada de Charles, un aspirante a pintor de clase media -oriundo de Paddington- que se gana inmediatamente el aprecio de Sebastian en la Universidad de Oxford, genera en la fría casona curiosidad y reparos, aunque sin poder negar cierta fascinación. El contacto con los códigos estrictos de la aristocracia, sin embargo, no impide a Charles disfrutar de un mundo rico en lujos para el que sólo debe entregar su tiempo junto a Sebastian, quien no tarda en revelarle su tendencia homosexual, condición humillante para su madre que lo acepta como pecador sin otro remedio. A pesar de las insistentes miradas del muchacho, el pintor deseado ve con otros ojos a Julia y se enamora perdidamente de ella, pero su condición de ateo y pobre le impiden proponerle matrimonio. Si bien pueden encontrarse en Sebastian una serie de elementos que lo aproximarían a la figura de Oscar Wilde, su personaje no representa otra cosa que el estereotipo del homosexual burgués y torturado, ya que carece de la inteligencia y el cinismo del famoso escritor inglés. Lo mismo ocurre con la abnegada Julia, quien no puede destruir los mandatos maternos ni las ataduras morales que no la dejan ser feliz. A diferencia de Expiación, deseo y pecado, esta adaptación de otra novela exitosa se preocupa demasiado por mantener la forma, como podía ocurrir con algunos filmes de la dupla Merchant-Ivory: ricos en reconstrucción y valores artísticos pero vacíos en contenido y redundantes en ideas; productos estilizados, camuflados en la etiqueta de film serio, que no pasan de ser meros ejercicios de formalismo cinematográfico.
Basado en la novela homónima de Evelyn Waugh, un clásico de la literatura inglesa tan polémico como elogiado, se ocupa de amores condenados y relaciones triangulares en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. El contexto va a condicionar las reacciones de los protagonistas y la edad de la inocencia se interrumpirá abruptamente para más de uno. El amor y el deseo tendrán que hacer frente a una educación de principios inapelables. Un elenco británico, donde se destacan Emma Thompson, Michael Gambon y Greta Scacchi, contribuye a que el drama romántico prospere. En este tipo de relatos, los prejuicios y códigos de la época librarán dura batalla con las pasiones incontrolables. El factor humano acaba desequilibrando las reglas más rígidas. El texto original y el film se ocupan de subrayar la decadencia de la aristocracia católica inglesa y de un estilo de vida destinado a perecer. En el camino, quedarán unas cuantas heridas que no cierran, y pérdidas irreparables. La película, con una puesta en escena muy “british”, deja claro que todo podría haber sido de otra manera. Regresar a la mansión Brideshead es asomarse a un mundo que muestra serias grietas, que prefiguran el definitivo derrumbe. Por su tratamiento y algunos de sus personajes, el film recuerda títulos notables como “Lo que queda del día”, aunque le faltan recorrer muchas millas para acceder a la estatura de la obra de James Ivory. Con todo, da gusto que una actriz como Emma Thompson pueda reencontrarse con un personaje a su altura, luego de tantos papeles olvidables que no se merecía.
Noticias de un mundo agotado A fines de la Segunda Guerra Mundial el escritor británico Evelyn Waugh publicó la novela más exitosa de su carrera, Brideshead Revisted, casi un estudio dramático sobre las costumbres de la aristocracia –bastante alejada del tono zumbón y humorístico del resto de su obra– que comenzaba un acelerado declive en la primera mitad del siglo XX. Y si primero fue el libro, luego una recordada miniserie de 1981 protagonizada por Jeremy Irons y hasta generó una divertida parodia en el Show de los Muppets, finalmente el libro llegó al cine de la mano de Julian Jarrold. El director es un especialista en ambientaciones de época, tanto en la televisión como en el cine (La joven Jane Austen, 2007) y en Retorno… se mueve a sus anchas en el ambiente asfixiante de la Inglaterra de entreguerras, mostrando la opulencia decadente de la alta sociedad y con la religión como el elemento disciplinador de una clase en decadencia. Sin embargo, para contar la historia de un triángulo amoroso entre Charles Ryder (Matthew Goode) artista en progreso, pobre pero ambicioso, Sebastian Flyte (Ben Whishaw), indolente, rico y gay, y su inestable hermana Julia Flyte (Hayley Atwell), más el ahogo materno de la implacable Lady Marchmain (Emma Thompson), Jarrold recurre a un relato moroso, con una puesta fascinada por los escenarios, la autoconciencia de tener frente a cámara varios temas importantes –¿la opresión del catolicismo?, ¿los mandatos familiares?, ¿la homosexualidad?, ¿el fin de una época? –, sin decidirse por ninguno en particular en un intento ambicioso, y fallido, por contenerlos a todos.
No vuelvas sin razón Evelyn Waugh escribió Regreso a la mansión Brideshead en 1945. Debe haber millones de novelas esperando ser descubiertas por algún productor de cine, pero es raro que recién alguien se haya decidido a trasladarla a la pantalla grande, máxime habiendo por ahí una adaptación en miniserie televisiva de renombre. Regreso… tiene ese toque british tan Merchant-Ivory que le patina la qualité de estos tiempos y le asegura un público fiel. Y hasta el sucio secretito del amor que no se atreve a decir su nombre (Wilde dixit) para que no se crean que no somos abiertos. Una familia aristocrática y católica en Inglaterra en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial conformada por mamá autoritaria e hiperreligiosa (Thompson), pero aún así divorciada de papá (Gambon) débil, ausente y capaz de rehacer su vida con amante italiana en Venecia, y los cuatro hijos de tan disímil pareja. El mayor un estúpido creído, la menor una inocente medio boba y los del medio la cara y cruz del drama próximo: él, Sebastian (Whishaw), un caprichoso homosexual de buenos sentimientos, y ella, Julia (Atwell), una díscola joven que de rebelde sólo las apariencias. Y de apariencias es que se vive en semejantes salones. Uno bien lo sabe a estas alturas de tantas películas antes vistas y que recrean estos tiempos idos. Cuando el joven Charles Ryder (Goode) llegue a la mansión Brideshead (más un museo que un hogar) algo empezará a hacer ruido por esos pasillos enormes y vacíos. Los hermanitos del medio caerán rendidos a sus pies y él no hará mucho para desilusionar a ninguno, ni siquiera a la matriarca que le encargará la tarea de “controlar” al menos un poco el rumbo del que se desvió del camino (ya que regresarlo a la buena senda es poco menos que un milagro lejos hasta de Dios mismo). Todo el comienzo de vida universitaria y amigos equívocos (muy a la Maurice), con vacaciones en la mansión y los hermanos sacándose chispas y viaje a Italia incluido (ecos de Muerte en Venecia) tienen la tensión que la relación se merece y el filme bien sabe transmitir, pero en un momento dado ya no se puede sostener más la ambigüedad y lentamente el personaje de Sebastian se difumina y con él el triángulo que sostenía el interés. El rulo comienza a enrularse por demás y más allá del complicado amor (del amor heterosexual obviamente estoy hablando, el otro es imposible) que se sostiene en ausencia durante diez años tras haber concretado sólo un beso furtivo, las sutilezas que se venían manejando, las ironías que se lanzaban en parlamentos ingeniosos, se vuelven trazo grueso y exposición explícita. Todo se subraya y la religiosidad (sus conceptos de culpa, pecado, castigo) se apodera hasta de los personajes más pragmáticos y los vuelca hacia comportamientos que no condicen con su construcción. Y entonces vamos y venimos demasiadas veces, previsible y aburridamente para completar esa excesiva duración de la cinta. Apenas algunos atisbos finales de ese arribismo de Charles que no llegó a destino permiten sospechar otra película que quedó a mitad de camino, sobre todo si uno puede recuperar en la memoria ciertas escenas que sumadas construyen un protagonista de esos que uno repudia pero de los que en verdad no puede despegarse sometido a su charme que encanta y enceguece. ¿Buenas actuaciones? Sí. ¿Una reconstrucción de época exquisita? Sí. Pero todo eso y mucho más puede conseguirlo usted con su imaginación si destina estas dos horas a leer la novela.
La historia es cautivante y la puesta sumamente sugestiva. El trasfondo, un mundo sin libertad y encerrado en una realidad decadente. Obviamente, se trata de un período entreguerras. Ambientada en Inglaterra, en los años previos a la Segunda Guerra Mundial,"Regreso a la mansión Brideshead" relata una historia de amores prohibidos, en donde el encuentro entre dos realidades formará un triángulo que terminará con la frescura e inocencia de sus protagonistas. Con un elenco de grandes actores como Emma Thompson, Matthew Goode ("Match Point"), Ben Whishaw ("El perfume), la película describe además la decadencia de la aristocracia católica inglesa de la época y su estilo de vida (léase, los prejuicios de clase y religión). En este escenario se debatirán los personajes como si fueran marionetas guiadas por una sociedad intolerante e hipócrita.
Al llevar a cabo la versión cinematográfica de un best seller literario en el que la historia transcurre a lo largo de varias décadas, generalmente los realizadores hacen uso y abuso de los flashbacks, salvo que, como en el caso de Julian Jarrold, se posea una extensa trayectoria en telefilms episódicos que le han dado el training necesario para desarrollar la trama en formato televisivo, de inserciones temporales reiteradas para situar al espectador en el momento en que transcurre determinada escena sin darle demasiados indicios de cómo se desenvolverá la situación. Esta forma de trabajo, juega a favor de esta realización porque con la novela “Brideshead Revisited” de Evelyn Waugh el lector se ve obligado a retroceder en muchos de sus capítulos para encadenar las acciones siguientes, y por eso resulta acertado que para llevarla a la pantalla grande Andrew Davies y Jeremy Brock, los guionistas, eliminaran algunas situaciones y personajes superfluos en pos de lograr una narrativa cinematográfica más ágil. La historia trata sobre la vida de Charles Ryder, un muchacho inglés de la clase plebeya de la primera mitad del siglo XX con un gran vacío en su vida familiar, que logra ingresar a la Universidad de Oxford y allí conoce y se deslumbra con Sebastián Flyte el transgresor, para esa época, hijo de Lord Marchmain, con quien tendrá una ambigua y prohibida relación. Sebastián, en un intento de provocación hacia su madre, lo llevará a su hogar familiar la Mansión Brideshead y Charles quedará impresionado por el romántico poderío de los aristócratas y también por Julia Flyte, la hija de los dueños de casa y hermana de su amigo. A la vez descubrirá las miserias de esa disfuncional familia con dinero y sangre azul. A lo largo de los años muchas veces retornará a la Mansión, ya sea para disfrutarla a pesar de su bajo status social, para ayudar a resolver conflictos familiares de los Flyte o para fortalecer su amor por la bella Julia y hasta volverá en una ocasión empujado por la guerra. Esa inmensa casona, casi un palacio, no será nunca su hogar pero sí su lugar recurrente, el símbolo de la vida a la que hubiera querido acceder por derecho de nacimiento. El desarrollo cinematográfico tiene un ritmo adecuado como para que el espectador no se pierda en las múltiples situaciones, y sobre todo en el muestrario de sentimientos diversos y hasta contrapuestos que experimentan todos los personajes. En el elenco destaca la actuación de Emma Thompson como Lady Marchmain, con sus tonos medidos con precisión para interpretar a la aristócrata que por su educación hace prevalecer el sistema sobre el amor. Se luce también el actor Ben Whishaw como Sebastián Flyte con una composición basada en el estereotipo de un homosexual pero sin desbordes, algo muy acertado para la época en la que transcurre la historia. El protagonista, Charles Ryder, es interpretado por Matthew Goode de manera correcta, pero faltándole, quizá, el cambio de expresión y reacción que los años imprimen en las personas. Esta coproducción de EE.UU. y el Reino Unido del año 2008 tuvo un presupuesto de realización de veinte millones de euros.
Regreso a Brideshead es una de las tantas películas inglesas sobre su aristocracia decimonónica (y crepuscular), todavía presente en la primera mitad del siglo XX. Orgullo y prejuicio, Expiación, Buenas costumbres son títulos recientes de este género impreciso aunque reconocible, casi siempre adaptaciones literarias. A menudo, el conflicto narrativo pasa por la aparición de un intruso: puede ser un burgués culto, o incluso una alteridad más lejana llamada proletario. La Primera y la Segunda Guerra Mundial suelen ser el contexto histórico, algún romance su texto preferencial. Suelen ser filmes en los que el decorado intimida a la percepción, y para el extranjero resulta siempre una clase magistral sobre la musicalidad de la lengua inglesa. Basada en una buena novela de Evelyn Waugh, Regreso a Brideshead se centra en la interacción de un estudiante de historia recién ingresado a Oxford, Charles Ryder, cuya vocación pasa por la pintura, y una familia aristócrata, en la que la madre (superiora) legisla el destino de las almas de sus vástagos. Católica fervorosa, su preocupación esencial pasa por el bienestar trascendental de sus hijos, uno de ellos homosexual y alcohólico, que se enamorará platónicamente de Charles, aunque en cierto momento el joven burgués, un ateo confeso, pretenderá consumar una versión carnal de Eros con la hermana de aquél. En el matriarcado fálico de la familia Flyte se debe acatar un destino. Dios tiene un plan, y su intérprete familiar también, aunque el deseo de sus criaturas no siempre coincide con el orden de los acontecimientos. Charles, por lo pronto, se siente culpable, nos dice desde el futuro, ya como sargento durante la Segunda Guerra Mundial. Teológicamente estéril y sociológicamente pueril, la película de Julian Jarrold podrá seducir al desprevenido por su “bella” fotografía y sus “grandes” interpretaciones, aunque la máxima distinción dramática pasa por convertir una mansión (Brideshead) en personaje y su discreta conquista estética no va más allá de un par de planos en contrapicado de Oxford. El resto es una falsa disputa entre creyentes y escépticos, y un poco de desprecio por el arribismo “característico” de una clase sin muchos privilegios.