El viejo arte de prolongar el éxito.
De un tiempo a esta parte las distribuidoras argentinas, en lo que respecta al campo del terror, nos han regalado un retorno totalmente indeseado a etapas pasadas de la bendita comercialización cinematográfica. Los títulos locales de algunas obras parecen invocar a lo que acontecía en el auge del mercado del video hogareño durante las décadas de los 80 y 90, cuando las editoras modificaban los nombres originales de las películas sin demasiada lógica, más allá de la apelación al slogan o capricho circunstancial. Lo curioso del asunto es que tal “estrategia”, definitivamente craneada por los encargados de marketing de las empresas, juega en contra de la venta del film ya que entorpece su correcta identificación.
Si obviamos los rasgos cualitativos de cada exponente en particular, descubriremos que los ejemplos de turno son cuantiosos, por ello nos limitaremos a Invocando Espíritus (The Haunting in Connecticut, 2009) y su secuela, Extrañas Apariciones 2 (The Haunting in Connecticut 2: Ghosts of Georgia, 2013), o Fenómenos Paranormales 2 (Grave Encounters 2, 2012), continuación de Grave Encounters (2011), un convite que ni siquiera tuvo estreno en Argentina. La apología del sinsentido persiste en la actual Regreso del Infierno (The Pact II, 2014), corolario de El Pacto (The Pact, 2012) de Nicholas McCarthy, un realizador que luego ratificó su talento con la también eficaz At the Devil’s Door (2014).
Aquí predomina uno de los engranajes principales del viejo arte de prolongar el éxito -en este caso, bastante modesto- de tal o cual propuesta: nos referimos al ardid de presentar una trama alternativa durante la primera mitad del metraje para a posteriori introducir a la protagonista histórica y/ o del opus inmediatamente anterior. Si bien dicho recurso narrativo no tiene nada de contraproducente de por sí, el cual por cierto nos ha dado muchas satisfacciones en una infinidad de franquicias como la inaugurada por Pesadilla en lo Profundo de la Noche (A Nightmare on Elm Street, 1984), en esta oportunidad no genera los resultados esperados y hasta desencadena comparaciones nada positivas con el pasado.
El relato se centra en June Abbott (Camilla Luddington), un “limpiadora” de escenas de crímenes acechada por el fantasma de Judas (Mark Steger), el asesino en serie de la entrega previa. Así las cosas, el anodino trabajo de Dallas Richard Hallam y Patrick Horvath deja de lado el minimalismo de McCarthy y falla miserablemente en su anhelo de sustentar el misterio en la aparición de un psicópata imitador, también fascinado con las decapitaciones y demás detalles de color. Hoy la consabida vuelta de la bella Caity Lotz como Annie no nos salva del tedio general, un estado al que nos arrastra el cúmulo de personajes intrascendentes, clichés de todo tipo y un desarrollo muy pobre, sin una mínima vitalidad…