Humor negrísimo y éxito asegurado
Relatos salvajes podrá generar los comentarios más dispares y contradictorios, pero el espectador saldrá de la sala con, por lo menos, dos certezas. De una ya hemos tenido reiterados testimonios desde que el film se presentó en Cannes: es una obra destinada al éxito; le sobra adrenalina; por algo se ha asegurado la distribución en los más importantes mercados del mundo. La otra, directamente vinculada con la primera, o su principal sustento, está a la vista desde las primeras imágenes: es la habilidad con que Damián Szifron sabe conectar con el ánimo del espectador usando un tono humorístico y zumbón, incluso para colocarlo frente a sus peores flaquezas, mostrándole sus crueldades y sus sentimientos más inconfesables.
Por cierto, no es la suya una mirada muy generosa hacia las conductas humanas, por muy descontento o enojado que esté con el mundo en que le toca vivir, tal como no tardan en manifestarlo los que pueblan las seis historias que reúne su película. Que la realidad de estos días exaspere y ponga a prueba la resistencia de cada uno parecería operar a veces como un justificativo de sus coléricas extremadas reacciones. Ya lo resume Rita Cortese en el relato que sigue a la admirable secuencia de títulos: dice -en otro lenguaje, claro-, algo así como que todos quieren que los malditos paguen sus crímenes y pecados como merecen, pero nadie mueve un dedo. Esa especie de reclamo metafórico de la mal llamada justicia por mano propia podría entenderse como el espíritu que por momentos auspicia el film; sin celebrarlo, claro, pero sin excesivo ánimo crítico. El humor aligera, es cierto, pero no disuelve la dosis de misantropía que está presente en la mirada que el realizador echa sobre sus congéneres. Por supuesto que los trazos que dibujan los comportamientos de los personajes son más bien gruesos; de ellos, de su exageración y su desatino nace el humor. En el fondo, se insinúan los borrosos apuntes que denotan un clima de violencia social. La memoria convoca el lejano parentesco con Los monstruos, pero hay también otros: Reto a muerte (Duel), Los inútiles, Tarantino.
La certera puntería de Szifron para dar en el clavo de iras y deseos no siempre muy ocultos del habitante de las grandes ciudades invita a una identificación que da risa, pero quizá también una sombra de culpa. Si se observa el film con sincera honestidad, no es tan difícil que esa identificación se produzca en algún momento. Casi podría apostarse que en el caso de "Bombita", el corto animado por Ricardo Darín -el ingeniero experto en explosivos que resulta víctima inocente y reiterada de la burocracia-, esa identificación será inevitable e inmediata, por lo menos para los que manejan -y estacionan- en la ciudad.
La colección de cortos -son seis relatos independientes que no tienen otra conexión que el estado de alteración al que llegan sus protagonistas por diferentes motivos y en grados diversos, aunque siempre conducen al estallido- tiene un prólogo que anticipa el clima de irritabilidad que estará presente en todos los relatos.
Es "Pasternak", apertura inmejorable, breve y contundente que transcurre en un avión cuyos pasajeros, puestos a conversar, descubren que tienen -todos- algo más en común que el hecho de haber subido al mismo vuelo. El remate -ingenioso y sorpresivo como buscan serlo todos los de la película- anticipa otro rasgo que también será ingrediente indispensable: el humor. Negro, a veces negrísimo.
Lo es en "Las ratas", otra variación sobre el tema de la venganza, en este caso con un nuevo viajero y una nueva sorpresa, pero en otro escenario bien diferente: un parador en la ruta y una cocinera decidida a tomar medidas drásticas cuando se entera de alguna injusticia que no ha recibido el merecido castigo.
Las diferencias sociales y el prejuicio asoman con más peso en "El más fuerte", probablemente el mejor relato, tanto por su concepción cuanto por la precisión del montaje y el gran trabajo de la cámara y sus actores (Leonardo Sbaraglia y Walter Donado). Aquí, la tensión y la violencia crecen hasta el delirio. Y también en "La propuesta", en la que ya sin tanto margen para el humor un Oscar Martínez millonario saca provecho de su poder y de la codicia ajena para evitar que su hijo pague con cárcel el delito que cometió.
"Hasta que la muerte nos separe" es el relato final, a toda orquesta y a todo desborde, con una fastuosa boda judía que desemboca en escándalo cuando la novia se entera de una traición y opta por la venganza. Érica Rivas se luce y otra vez es destacable la puesta en escena, aunque aquí los trazos son todavía más gruesos y la duración, algo excesiva.