El contrato del pintor
Afirmar que Peter Greenaway es uno de los cineastas más ambiciosos e inteligentes de las últimas tres décadas es quedarse un tanto corto. Su intrincada obra incluye un sinfín de lo que podríamos denominar “trayectos artísticos variables” -definitivamente no muy bien recibidos por el grueso de los mortales- como por ejemplo cuestionar con insistencia la hipocresía posmoderna, estimular el raciocinio de los receptores, manipular la imagen con intenciones vanguardistas, difundir el cinismo en su vertiente absurda, trazar paralelos con otras disciplinas, anular los prejuicios del sentido común, explicitar los mecanismos de representación ficcional y por supuesto construir un “todo complejo” que abarque tanto los quehaceres estéticos como las problemáticas del contenido. Semejante faena reaparece una y otra vez a lo largo de su carrera abriendo una multiplicidad de interpretaciones oblicuas.
Como el deber máximo de la crítica cultural pasa por esbozar una genealogía del trabajo en cuestión, nada más acertado que analizar un opus que hace lo propio con la mítica labor de un tercero. En términos concretos nuestra “meta- apreciación” tiene su eje en una de las propuestas más recientes del realizador, Rembrandt´s J´Accuse...! (2008), la cual a su vez focaliza su accionar deductivo sobre La ronda nocturna o La ronda de noche, el afamado lienzo de Rembrandt pintado entre 1640 y 1642. Combinando registros tan diversos como el mockumentary, el thriller de época y los ensayos visuales, Greenaway nos presenta su “contrato de lectura” personal acerca del contexto, características, protagonistas e ideología de una creación tan ampliamente estudiada como la del holandés: aquí pone al descubierto los conflictos políticos del momento amparado en una audaz investigación detectivesca.
La premisa básica de la película es que existió una conspiración para ocultar un asesinato y que los responsables fueron precisamente los retratados- clientes, el Capitán Frans Banning Cocq y el Teniente Willem van Ruytenburch: en función de ello el film adopta el rol de “fiscal” sistematizando los 31 misterios que ofrece el lienzo y haciendo gala de una erudición exquisita que recorre con meticulosidad los puntos álgidos de la “edad de oro” de los Países Bajos; un período en el que detrás de la fachada de la bonanza económica se escondían intrigas palaciegas, enormes desigualdades sociales, milicias en extremo elitistas, una nobleza decadente y sus turbios negocios bañados con sangre. Las superposiciones del video arte, el montaje paralelo, la puesta en escena teatral, la “musique concrète” y los travellings prolongados son algunos de los recursos de una fusión siempre experimental.
Pero más allá de los datos históricos y la gama de interrogantes que plantea Rembrandt´s J´Accuse...!, todos de una riqueza incomparable si consideramos el alicaído panorama contemporáneo, quizás el componente más valioso viene por el lado de la misma metáfora cinematográfica que el director logra imponer desde el inicio, a saber: según Greenaway la sociedad occidental nunca dejó de privilegiar la cultura textual basada especialmente en la palabra escrita, aún por sobre la tan mentada “imagen posmoderna” y sus supuestos atributos ilimitados. El empobrecimiento del cine, siguiendo esta línea de razonamiento, se explica por la polución general de “iletrados visuales”, conductores y conducidos incapaces de escapar de la superficie y llegar al núcleo a partir de la deducción lógica. Una posible solución sería un enroque a favor de la imagen, sumado a un cambio macro en las actitudes.
Así fases que parecían autónomas como la producción y el consumo recuperan su ligazón y pueden ser leídas como ciclos de un proceso analítico en el que resuenan distintos elementos constitutivos de los documentales reflexivos, interactivos y de exposición (el rostro y la voz de Greenaway unifican también la dicotomía restante). Al hacer manifiestos los dispositivos de la enunciación, tanto los propios como los del pintor, el inglés se mira al espejo de una pantalla con ecos pictóricos y cita con perspicacia aquel “Yo Acuso” de un Émile Zola exasperado por el Caso Dreyfus. En la coyuntura actual resulta irrelevante discutir la información, las aseveraciones y/o las pruebas enarboladas desde la más pura subjetividad: el centro estético está adherido a la dimensión temática y en ambos domina un discurrir crítico alejado del maquillaje mainstream y muy próximo a la obsesión científica.
Mientras que la trilogía de The Tulse Luper Suitcases fue un proyecto demasiado difícil y 8½ Mujeres (8 ½ Women, 1999) no estuvo a la altura de sus mejores opus, aquí retorna a la cima de su carrera compaginando la estructura argumentativa de The Falls (1980), los rasgos formales de La Tempestad (Prospero´s Books, 1991) y el leitmotiv de la primigenia El contrato del pintor (The Draughtsman´s Contract, 1982). Rembrandt´s J´Accuse...! es un extraordinario complemento conceptual de Nightwatching (2007); obra de ficción a la que alude y que a su vez nos reenviaba a clásicos como Zoo (A Zed & Two Noughts, 1985), El vientre de un arquitecto (The Belly of an Architect, 1987), Conspiración de mujeres (Drowning by Numbers, 1988), El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (The Cook the Thief His Wife & Her Lover, 1989) y la bella Escrito en el cuerpo (The Pillow Book, 1996).