Una relación tóxica
Renfield: Asistente de Vampiro (Renfield, 2023), opus dirigido por Chris McKay, aquel de la simpática Lego Batman: La Película (The Lego Batman Movie, 2017) y la muy mediocre La Guerra del Mañana (The Tomorrow War, 2021), y el primer trabajo de Nicolas Cage para uno de los grandes estudios hollywoodenses desde la ya lejana Ghost Rider: Espíritu de Venganza (Ghost Rider: Spirit of Vengeance, 2011), de Mark Neveldine y Brian Taylor, es efectivamente un desastre como lo fue ese último film del legendario intérprete para el gigantesco pulpo empresarial asentado en Los Ángeles. En vez de construir una epopeya que sirva de vehículo para el lucimiento de la estrella de turno, en la tradición de tantas propuestas del pasado que supieron valorar el carisma, la presencia escénica y/ o el talento en cuestión, Renfield: Asistente de Vampiro divaga a niveles insoportables a lo largo y ancho de múltiples géneros, vertientes y estilos porque una de las características cruciales del cine contemporáneo es su obsesión con meter en la licuadora un poco de todo con la idea muy ingenua de que dejarán satisfechos a los diferentes nichos del mercado global de hoy en día, lo que por millonésima vez da por resultado un producto esquizofrénico, necio y aburrido que todo lo que se impone como meta no llega a cumplirlo al extremo de -para colmo- desperdiciar a su principal o único recurso real, precisamente el demencial Cage.
McKay y sus socios a escala creativa, el guionista Ryan Ridley y el responsable de la trama original Robert Kirkman, ambos con un amplio bagaje televisivo a cuestas y el segundo además célebre por haber escrito el cómic original de The Walking Dead (2003-2019), ese que inspiró la serie homónima de AMC desarrollada en un principio por Frank Darabont, en esta oportunidad construyen un pastiche sin pies ni cabeza que aglutina elementos de comedia bobalicona de terror de los años 80, film noir de mafia símil pandillas, película romántica hiper elemental, basura de acción de Marvel repleta de CGI, chistes idiotas y violencia de plástico que todo lo malinterpreta o lo banaliza, odisea retro gore muy inflada, melodrama barato y encima mal administrado, semblanza new age extremadamente hueca y finalmente fábula mainstream de corrupción moral y redención mágica ulterior por obra y gracia del amor, comodín que ridiculiza al combo. La historia en sí es una estupidez total centrada en Drácula (un maravilloso Cage) abusando/ esclavizando a su sirviente estándar por antonomasia, el Renfield del título (Nicholas Hoult), quien concurre a reuniones de autoayuda por esta “relación tóxica”, se enamora de una agente de policía, Rebecca Quincy (Nora Lum alias Awkwafina) y se enfrenta a un capo mafioso de Nueva Orleans, Teddy Lobo (Ben Schwartz), quien fue el gran responsable del asesinato del padre de la fémina.
El film, a decir verdad, funciona como un resumen de todo lo que está mal en el séptimo arte contemporáneo de índole o alcance industrial, ese que apunta a los especímenes más tarados -y menos exigentes o ya lobotomizados a pleno por el marketing, la publicidad y el refrito artístico eterno de lo mismo- de un público que ni siquiera conoce el significado de las palabras “originalidad”, “coherencia” y “sutileza”: a lo largo y ancho del atolondrado trabajo nos topamos con cataratas de cinismo cobardón y pueril, un ritmo frenético en las escenas de acción para zoquetes con déficit de atención, la voz en off constante y cansadora del Renfield del correcto Hoult relatando/ comentando/ sobreexplicándolo absolutamente todo, precisamente una redundancia permanente sin atisbo alguno de una mínima novedad en el horizonte, una torpeza narrativa insólita para un producto con un presupuesto de 65 millones de dólares que se condice con la velocidad y el poco cariño dedicado al proyecto, un neopuritanismo inmundo en el que el sexo está completamente borrado del ecosistema ideológico vampírico, un vendaval de personajes caricaturescos sin ningún asidero en el mundo real o encanto de por sí y desde ya demasiadas secuencias melosas que suceden de manera burda e inepta, como decíamos antes, a otras aunque de súper acción a toda pompa, igualmente lamentables y con un look descuidado que parece improvisado sobre la marcha.
Por momentos pareciera que la idea original detrás de semejante despropósito fue edificar una especie de amalgama de diversos latiguillos extraídos de obras fundamentales del rubro como La Danza de los Vampiros (The Fearless Vampire Killers, 1967), la joya de Roman Polanski, Drácula: Muerto pero Feliz (Dracula: Dead and Loving It, 1995), del querido Mel Brooks, y Lo que Hacemos en las Sombras (What We Do in the Shadows, 2014), del dúo de Jemaine Clement y Taika Waititi, todo a su vez sazonado con chispazos del humor seco, surrealista y paródico de ZAZ o Zucker, Abrahams y Zucker, aquel mítico equipo de realizadores compuesto por Jim Abrahams y los hermanos David y Jerry Zucker, sin embargo en algún punto entre este plano conceptual y la ejecución concreta todo se fue al demonio por los litros de sangre digital inofensiva ultra Clase B, el montaje trasnochado videoclipero, las muchas coreografías que se parecen a copias grasientas de lo visto en Matrix (The Matrix, 1999), de Larry y Andy Wachowski, un tono adolescente descerebrado que intermitentemente encima se toma muy en serio a sí mismo y esa corrección política que no sólo asexualizó el acervo de los chupasangres sino que contrasta todo el tiempo las espantosas muertes de varones con la mínima vehemencia que sufren las hembras, ejemplo del influjo sermoneador y siempre conformista de un opus destinado al olvido inmediato…