Verano de 1915. Gilles Bourdos cuenta los últimos años del pintor, interpretado por Michel Bouquet, se encuentran divididos entre la ausencia de su amada mujer y el trabajo constante en las pinturas que tan célebre lo han hecho. Y entonces aparece Andrée, enviada por su fallecida mujer, una hermosa pelirroja de tez como la porcelana, interpretada por Christa Theret.
Al poco tiempo de llegar esta mujer, aspirante a actriz, provocativa, bohemia, que deja su estela por donde pase, provocando suspiros entre los hombres, y envidia entre las mujeres de la casa que alguna vez también fueron modelos y hoy se encuentran haciendo quehaceres, llega el hijo, uno de ellos, Jean, sí, Jean Renoir, herido por la guerra.
La historia principal se centra en el pintor, sus silencios y su aire misterioso, en verlo al aire libre, entre esos paisajes pictóricos, dando vida a sus inmortales obras. Pero también está la de Jean, a diferencia de su padre, abierto, volátil, y ambas están marcadas por Andrée.
Así como inspira al pintor en su obra, es quien mueve a Jean, y lo empuja hasta el cine. Lo lleva hacia ese mundo de celuloide que él al comienzo rechaza y luego va a ser el lugar donde va a ser reconocido, y ella quede totalmente olvidada.
Con una hermosa fotografía, que nos invita a sumergirnos en paisajes calmos y preciosos, y que también se enamora de su protagonista femenina, la película respira mucho aire europeo, en sus escenas largas, y de pocos diálogos, pero hermosas. La música es de Alexandre Desplat y si les gusta el cine europeo, con su cadencia y fotografía, esta es una buena alternativa para este fin de semana.