Un personaje regresa a sus pagos, o a un lugar importante de su pasado, y además de reencontrarse con familiares y amigos, se replantea cuestiones de su vida adulta. Una línea argumental muy revisitada por el cine. Lo que hace diferente entre sí a cada una de estas películas es la autenticidad, el corazón. Y Reparo los tiene.
Justina (Florencia Torrente) se toma licencia de su trabajo como grafóloga para volver a Puerto Pirámides, el pueblo de Chubut en el que pasó los veranos. La reciben Amalia (María Ucedo), su tía; Paula (Paula Carruega), su amiga, y Mariano (Daniel Melingo), un bondadoso pescador. Pero la principal motivación para volver es que Patricio (Luciano Cáceres), su otrora novio, se está por casar con Vero (Ariadna Asturzzi), con quien quedó una relación tensa. De hecho, se piensa que quiere sabotear la boda. Mientras ayuda a Amalia en su restaurante, Justina se empapa de los diarios íntimos que dejó su madre y conoce a Justiniano (Juan Cano), un turista chileno, aunque no puede olvidar a Patricio. Y todo ante la omnipresencia de las ballenas, que distinguen a aquel punto de la Patagonia.
La directora Lucía van Gelderen toma elementos de su vida (se crió en Puerto Pirámides) para construir una historia honesta y entrañable, aprovechando la geografía -con notables escenas subacuáticas- pero sin caer en la postal de viaje. El foco está puesto en la protagonista, el vínculo con sus orígenes y las perspectivas para el presente y futuro. La autenticidad que transmiten los personajes se debe al trabajo de un estupendo plantel actoral, encabezado por Florencia Torrente. Melingo vuelve a demostrar que la pantalla grande le sienta muy bien, y hasta tiene su propio momento musical, que sigue siendo funcional a la trama.
Reparo es de esas películas abrazables y cariñosas, que invitan a reflexionar sobre lo que fue, lo que es y lo que vendrá.