La esperanza es lo último en morir...
Para juzgar una película de las características de Resident Evil 4: La Resurrección (Resident Evil: Afterlife, 2010) resulta fundamental tener presente uno de esos principios que la crítica afirma conocer pero que casi nunca subraya: a diferencia de lo que ocurre en el cine, en el universo de los videos juegos las secuelas suelen ser bienvenidas porque en ellas es común encontrar una multiplicación de protagonistas, una mejora considerable en el motor gráfico y un macro apuntalamiento en lo que respecta a los controles del usuario. Lamentablemente la pantalla grande reclama además una narración que sustente el periplo.
Así las cosas, la franquicia cinematográfica en cuestión comenzó bajo la batuta de Paul W.S. Anderson y en buena medida a posteriori no hubo modificaciones significativas: todos los films de la saga fueron escritos en solitario por el inglés y sólo Resident Evil 3: La extinción (Resident Evil: Extinction, 2007) se alejó a consciencia de la pauta a fuerza de introducir un cierto espíritu de “western apocalíptico” cercano a Mad Max (1979) y Escape de Nueva York (Escape from New York, 1981), cortesía del veterano Russell Mulcahy. La propuesta retoma el final del eslabón previo y se adentra en la búsqueda de supervivientes.
En la primera escena presenciamos cómo los clones de Alice (Milla Jovovich) destruyen las instalaciones en Tokio de la Corporación Umbrella: por supuesto que el villano de turno escapa sin dejar rastros aunque no sin antes inyectarle un suero que neutraliza los efectos del “Virus T” y la convierte en un ser humano normal. Cuando nuestra heroína llega a Arcadia, en Alaska, con la esperanza de reunirse con sus compañeros del pasado, descubre que el lugar está desierto y no hay ninguna ayuda a la vista. Pronto la señorita se marcha y eventualmente termina atrapada en otro torbellino infernal de zombies malhumorados.
Si bien aún estamos ante una obra en extremo derivativa y con un desarrollo de personajes mínimo, a nadie le importan estos detalles debido a que la historia funciona apenas como una excusa para compaginar una serie de secuencias de acción en cámara lenta; basadas sobre todo en coreografías rimbombantes, muchísimos disparos y esa prototípica esencia de las consolas. Con más garra que intelecto y participaciones de Ali Larter de Heroes y Wentworth Miller de Prison Break, Anderson se las arregla para construir un cóctel industrial standard que lo continúa situando como una versión corregida de Michael Bay…