Ciudad de Dios
“Tu barrio… ¿te gusta cómo está quedando?” La frase resuena como un eco cercano y atemorizante al final de la película y del trailer, y es una excelente síntesis del tema, y de la forma en que fue abordado, del nuevo film uruguayo Reus.
Con un pie en el cine de género (el policial) y otro en la realidad (la de un Montevideo cada vez más clasista, discriminatorio y violento), Reus, que debe su nombre al barrio marginal de la capital uruguaya, convoca a la reflexión sobre temas candentes como la inseguridad y la consiguiente problemática social.
Con un elenco profesional más un ensamble de actores amateurs convocados a lo largo de dos años de castings, Reus pretende ser dos cosas, al menos: testimonio social y obra cinematográfica lograda, con suficientes méritos artísticos para destacarse y diferenciarse de otros productos sensacionalistas, más dignos de la “prensa roja” que de la denuncia.
Cuando “El tano” (Camilo Parodi) regresa a su viejo barrio, el Reus, luego de cumplir una condena presuntamente instigada por un comerciante israelita (quien ya no habita en el Reus, sino en el más coqueto y gentilizado Pocitos), se encuentra con una serie de cambios contundentes. La miseria y la violencia han crecido exponencialmente, y una nueva droga, la pasta base (el residuo del “fondo de la cacerola” luego de refinar cocaína de mayor pureza) hace estragos entre los jóvenes. También han cambiado los códigos: los delictivos y los de la ley, que impone una implacable “mano dura” para combatir el crimen.
La intención de Reus, en principio, es poner en foco la confrontación y la escalada de violencia por parte de emergentes sociales varios. Pero en el derrotero reivindicatorio de “El tano” y de Don Elías (Walter Etchandy), el poderoso comerciante judío que lo enviara tras las rejas, no parece haber medias tintas: de un lado las clases sociales acomodadas, y del otro los marginalizados, sumergidos en la miseria material y casi sin posibilidades de escaparle al destino.
Lejanamente emparentada (por la temática, no por la calidad) con el cine de Adrián Caetano (Un oso rojo, 2002), Reus se desploma a mitad de camino por su incapacidad para resolver situaciones dramáticas de modo convincente, y también por su poco efectivo cruce de géneros.
Detrás de todo testimonio de confrontación social, es sabido, se oculta una malaise mucho más profunda que la exteriorizada por las diferencias económicas y de oportunidades. En ese sentido, el mayor fallo de Reus, tal vez, radica en su confusa premisa sobre buenos y malos, sobre el bien y el mal, con una balanza que zigzaguea sin rumbo alguno.
Y su mayor logro, justo es aclararlo, es el intento, no del todo logrado pero siempre válido, de producir un cine socio-realista, actual, contundente en su intención.