La desconfianza mutua
El realizador británico James Marsh sigue demostrando que la ficción definitivamente no es lo suyo porque el tiempo pasa, se acumulan más y más productos mainstream encabezados por el susodicho y sus dos mejores trabajos continúan siendo -por lejos- dos proyectos documentales, Man on Wire (2008), sobre Philippe Petit, el funambulista francés que se hizo famoso en 1974 por cruzar caminando sobre un cable las Torres Gemelas del World Trade Center, y Project Nim (2011), acerca de Nim Chimpsky, un chimpancé que fue criado como un ser humano durante la década del 70 dentro del contexto de un estudio de la Universidad de Columbia sobre lenguaje animal y su paralelo con el de los hombres. Por fuera de estos dos trabajos el director no ha conseguido redondear un film sólido y si bien sigue inspirándose en sucesos reales para sus películas, todas ellas resultan muy olvidables.
Pensemos para el caso en Nombre en Clave: Shadow Dancer (Shadow Dancer, 2012), un opus apenas correcto basado en el Conflicto de Irlanda del Norte de la segunda mitad del Siglo XX entre los unionistas protestantes y los republicanos católicos, en La Teoría del Todo (The Theory of Everything, 2014), una aproximación bastante remanida a la vida de Stephen Hawking, y en Un Viaje Extraordinario (The Mercy, 2018), una propuesta también despareja sobre el trágico periplo marítimo de Donald Crowhurst, un navegante amateur de velerismo que terminó falleciendo en 1969 al intentar hacer trampa en una célebre regata de la época. Su última realización, Rey de Ladrones (King of Thieves, 2018), es un convite aún más agridulce porque no se decide entre la comedia de veteranos, el film noir más clásico y la heist movie o película de atracos, coqueteando con los tres rubros sin convicción ni brío.
La historia está centrada en el devenir de un robo verídico de abril de 2015 a una empresa de cajas fuertes/ de seguridad ubicada en una zona agitada de Londres especializada en la comercialización de oro y plata, una operación que fue perpetrada por un grupo compuesto casi exclusivamente de criminales ancianos que se llevó un botín -entre joyas y dinero- valuado en 200 millones de libras. El líder, por así decirlo, es Brian Reader (Michael Caine) y su socio principal y el encargado de desactivar las alarmas es el único cómplice joven, Basil (Charlie Cox), ya que el resto de los “muchachotes” está bien entrado en años (entre los miembros de la banda encontraremos a luminarias como Jim Broadbent, Ray Winstone, Michael Gambon, Tom Courtenay y Paul Whitehouse). Aprovechando el feriado bancario de Pascua, los señores hacen un agujero en una de las paredes de la bóveda en cuestión y vacían tranquilos cada una de las cajas de los muchos clientes individuales de la compañía.
Como decíamos anteriormente, la propuesta no se decide entre los chistecitos en torno a la edad (el guión de Joe Penhall es bastante flojo en este ítem), el retrato de los entretelones del robo en sí (por momentos se pasa demasiado rápido de un punto al otro del relato y en otras ocasiones la trama resulta aburrida porque cae en diversas redundancias dramáticas) y las típicas traiciones de los policiales negros (la fase final, cuando esa investigación oficial en segundo plano conduce al arresto de todos los protagonistas, está llena de paranoia y desconfianza mutua que nunca generan un interés real porque el desarrollo de personajes deja mucho que desear, abusando de latiguillos unidimensionales para la descripción de los veteranos). Caine por supuesto está muy bien y el resto acompaña con maestría pero los clichés y la constante pose canchera conspiran para que los distintos registros funcionen en consonancia o por lo menos logren brillar de manera caótica y/ o cada uno por su lado…