Entre el gueto y Cenicienta
Las biopics hollywoodenses posmodernas, léase desde la década del 80 en adelante, suelen dividirse de manera muy taxativa entre aquellas de derecha, casi siempre incentivando algún tipo de valor nacional/ patrio/ chauvinista, y las otras de izquierda, ahora centrándose en un héroe del pueblo o en un burgués que consigue ascender a escala social o alcanzar un reconocimiento en sus propios términos, aunque vale aclarar que las combinaciones de ambas vertientes están a la orden del día y no es tan inusual encontrarse con híbridos como Rey Richard (King Richard, 2021), de Reinaldo Marcus Green, evidentemente una biopic que comenzó siendo acerca de las hermanas Venus y Serena Williams, dos de las tenistas más famosas y acaudaladas del planeta, y en algún punto del desarrollo del proyecto todo se orientó hacia el progenitor de las mujeres, Richard Williams, debido a que Will Smith se interesó en protagonizar la propuesta y producirla a través de su compañía Westbrook Studios, en copropiedad con James Lassiter. Suerte de metáfora sobre la humildad, la unión familiar y el trabajo duro y sostenido, tres de los latiguillos del Hollywood más maniqueo y populista, el film de Green explora la estela de la corrección cultural sentimentaloide e hiper previsible y la cobardía de trabajar sobre terreno político ganado de sus obras previas, Monstruos y Hombres (Monsters and Men, 2018) y El Buen Joe Bell (Good Joe Bell, 2020), la primera acerca de la costumbre policial de asesinar a afroamericanos y la segunda sobre la discriminación de los homosexuales y la protesta contra el bullying, así llegamos al presente combo de estigmatización social que gira en torno a la intención de una familia de negros de dedicarse a un deporte tradicionalmente de blancos como el tenis, con todas las redundancias retóricas y discursivas posibles del caso tratándose además de dos hembras.
Lejos de biopics recientes y muy interesantes, en sintonía con Spencer (2021), de Pablo Larraín sobre Diana, Princesa de Gales alias Lady Di, Respect (2021), de Liesl Tommy acerca de Aretha Franklin, Los Ojos de Tammy Faye (The Eyes of Tammy Faye, 2021), de Michael Showalter sobre la televangelista del título, y hasta La Casa Gucci (House of Gucci, 2021), de Ridley Scott acerca de Patrizia Reggiani, su esposo Maurizio Gucci y el resto del clan de oligarcas italianos de los artículos de cuero para el jet set, Rey Richard opta por transformar a las tenistas en algo así como personajes secundarios de su propia historia y por volcar todo el núcleo fundamental del relato hacia el Richard de Smith, un guardia de seguridad nocturno que oficia de entrenador de las chicas desde muy corta edad a la par de la madre, Oracene “Brandy” Williams (Aunjanue Ellis), una enfermera que ya tenía tres hijas con otro hombre que terminó falleciendo, por ello el propio Richard, su segundo marido, nos aclara desde el principio que las púberes, Venus (Saniyya Sidney) y Serena (Demi Singleton), fueron una inversión consciente por parte de una pareja que siempre quiso convertirlas en campeonas mundiales para salir del gueto en Compton, Los Ángeles, y hacerse ricos con la disciplina férrea de las prácticas y una humildad que les permita diferenciarse del grueso de los millonarios imbéciles que se la pasan presumiendo su dinero y poder. Pasando por gangsters negros y el ninguneo típico de los clubes de tenis para con los menesterosos, los Williams deberán sobrellevar discusiones internas, aquí sin duda simbolizadas en la obstinación y/ o ortodoxia paranoica de Richard en oposición a la “mano blanda” de su esposa, y una sustitución de entrenadores para crecer en esta carrera deportiva y bien comercial, Paul Cohen (Tony Goldwyn) por Rick Macci (Jon Bernthal).
Sinceramente los 145 minutos del metraje son por demás excesivos y el guión de Zach Baylin, un vestuarista y asistente de producción devenido en libretista, jamás termina de convencer en cuanto a esta perspectiva algo mucho forzada desde los ojos del padre, una versión afroamericana, caprichosa y cuasi dictatorial -y en consonancia, típicamente propia del acervo melodramático y los engranajes del folletín- de esos progenitores histéricos de la comarca blanca norteamericana que viven obsesionados con exprimir a sus hijos para que tengan las carreras en el rubro que sea que ellos no tuvieron, sumando presión y arruinando la infancia de los purretes en cuestión. Rey Richard intenta explicitar una y otra vez que el personaje de Smith pretende mantener inmune a la niñez/ adolescencia de sus vástagos para que se desarrolle de manera normal, en esencia balanceando la necesidad de generar expectativas alrededor del talento de las adolescentes, por un lado, y esta idea de dejarlas llevar una existencia tranquila lejos de los buitres del capitalismo de los espectáculos de masas, por el otro lado, no obstante la película cae en el mismo problema de Marianne & Leonard: Palabras de Amor (Marianne & Leonard: Words of Love, 2019), el documental de Nick Broomfield sobre la relación romántica entre Leonard Cohen y Marianne Ihlen, donde continuamente se insertaba en la crónica de turno a la musa del primer período profesional del célebre cantante y compositor canadiense cuando ya se habían separado y sinceramente la mujer ya no tenía influencia alguna en la vida y el devenir artístico del hombre, planteo que en este caso se traduce en la presencia intrusiva y por momentos exasperante de Richard en lo que debería haber sido un relato consagrado a seguir la vida de las hermanas en ese ecosistema tenístico de los 90 poco adepto a la diversidad racial.
Vale sincerarse y decir que la película no es tan cínica como uno podría esperar a priori viniendo de un embaucador cíclico y siempre en pose como Smith, en esta oportunidad obligándose a sí mismo a abandonar la máscara de payaso canchero indomable o supuesto seductor, en línea con lo hecho en anomalías de su periplo cinematográfico como Ali (2001), de Michael Mann, y La Verdad Oculta (Concussion, 2015), de Peter Landesman, con el objetivo manifiesto de calzarse los zapatos de un “sujeto común” que conoce la pobreza -en su acepción yanqui, por supuesto, con casita modelo y una estabilidad que todos desconocemos en el Tercer Mundo- y debe transformarse en un cuentapropista del deporte hasta que por fin consigue vender a las hembras, sus experimentos y ahorros con patas de toda la vida, a las elites más concentradas y poderosas del deporte internacional. Esta reformulación del cuento de La Cenicienta, modestia y escalera empinada comunal de por medio, esconde bajo la alfombra -o apenas nombra al paso- que Richard Williams ya tenía otra familia cuando se casó con Oracene, una con la friolera de cinco hijos a la que abandonó, a lo que se suma la presencia de varios niños extramatrimoniales y el hecho de que después de divorciarse en 2002 de la susodicha se casó con una chica de la edad de sus hijas, con la que tuvo otro vástago más, amén del extenso historial de Venus y Serena en acusaciones de partidos arreglados y comportamiento violento contra árbitros, siempre autovictimizándose en las canchas cuando les conviene por ser mujeres o negras cuando en realidad son magnates desde hace décadas con un grado gigante de impunidad. Sin ser una realización memorable pero tampoco un desastre, Rey Richard cae en un terreno intermedio que por lo menos rescata momentáneamente a Smith de su catarata de bodrios habituales…