Meryl Streep rockea
¿Quién podría imaginar que una película en cuyo afiche puede verse a una Meryl Streep rockera y juvenil pudiera funcionar tan bien? ¿Se trata de un musical al mejor estilo Mamma Mia!? ¿ O acaso de otra típica comedia de enredos? Ninguna de las anteriores. La primera impresión no puede ser otra que la siguiente: Un bodrio con una excelente actriz protagónica. Y para nuestra sorpresa, nos encontramos ante un film que lejos está de caer en lo ordinario, con la presencia de una impecable actriz que demuestra una vez más su versatilidad, en una comedia dramática que brinda una mirada realista sobre una familia y las relaciones entre sus integrantes.
Ricki (Meryl Streep) forma parte de una banda llamada Ricki and the Flash que toca en un bar de Los Ángeles. De noche rockea y disfruta de su música, mientras que de día recibe su cotidiano shock de realidad trabajando como cajera de un supermercado. Cuando su ex marido Pete (Kevin Kline) la llama para comunicarle que su hija está atravesando una fuerte depresión, Ricki debe viajar a Indianápolis, para reencontrarse con todos y enfrentarse a un pasado que hacía años que había dejado atrás.
La trama narrativa es un clásico: Mujer que deja el hogar, arma una nueva vida, y por un motivo puntual (generalmente de fuerza mayor) debe regresar y reencontrarse con distintas personas de su pasado. Muchos otros films giran en torno a esta misma premisa, como es el caso de la reciente El juez (The judge 2014) o de No me olvides (Sweet home Alabama, 2002). Ex novios/as, ex maridos y otros integrantes de la familia, suelen ser el tipo de personajes con los que los protagonistas deben re-encontrarse.
Gracias a un casting formidable, y a la dirección de Jonathan Demme (ganador del oscar por El silencio de los inocentes), el film se destaca por el grado de realismo y naturalidad con el que se nos presentan los hechos.
Lejos de ser forzado, el reencuentro de Meryl Streep con su hija Julie (Mamie Gummer quien, nota de color, es su hija en la vida real) resulta todo lo que el espectador espera de él, pero principalmente está marcado por la incomodidad. El juego con lo incómodo se mantiene durante todo el relato y se muestra en diálogos, confrontaciones, abrazos y miradas. La sensación de sapo de otro pozo que experimenta la protagonista desde que llega a una casa en los suburbios a la que claramente no pertenece, se ve reflejada hasta en los más mínimos detalles. Es fundamental mencionar la escena de la cena con sus tres hijos y Pete, en donde emergen todos los resentimientos y temas delicados, lo que genera que la situación rebose de una incomodidad que genera un efecto cómico inevitable.
En el film no hay sorpresas, nadie va a anunciar un embarazo imprevisto, ni habrá muertes, ni giros inesperados. Es simplemente esto. Una mujer y la relación con sus hijos, el rol de una madre, la ausencia del mismo y la búsqueda de la verdadera felicidad.
Finalmente, lo más gratificante de todo es que Jonathan Demme, evita caer en la melosidad y la cursilería sin dejar de brindarle al espectador un final feliz pero no por ello, menos coherente.