Roy y Nick se conocen después de la muerte de Nick. Así es. Tras extinguirse, Nick descubre que hay vida después del fin, y que no perderá su trabajo. Antes era policía. Ahora lo sigue siendo, pero debe cazar a ciertos villanos del más allá que quieren invadir la ciudad de Boston primero, y luego el globo completo.
Policías del más allá es demasiado parecida a Hombres de negro. Tan parecida, que alguno hasta puede sentir que lo engañaron con la propuesta de ver un “estreno”. A saber: hay dos agentes de la ley, uno veterano (Jeff Bridges) y otro novato (Ryan Reynolds). Los dos se llevan a los tumbos, y tiene diálogos y experiencias graciosas. Los dos deben combatir a seres de otro mundo. En MIB eran extraterrestres. En Policías del más allá, personas que murieron y quieren volver a la Tierra para tomarse revancha. Ambos se reportan a un cuartel general, que es una especie de enorme hangar oficial subterráneo lleno de seres extraños. Más aún. La caracterización de los muertos vivos es casi la misma que la del alien encarnado por Vincent D’Onofrio, el que llega para destruir a los humanos, que parece una especie de Frankenstein inflado y más deforme.
Porque no es lo mismo hacer una película del mismo género que hacer una especie de remake no declarada. Sería como ir a la avant premiere de una película sobre un grupo de científicos y dos niños que viajan a una isla para estudiar a unos dinosaurios resucitados con ADN, a los que quieren encerrar en un parque de diversiones. Estaríamos viendo casi un calco de Parque Jurásico, ¿no?
Pero, veamos lo bueno: la acción, si bien no es tan abundante, es buena. La última parte de la historia es bastante electrizante. Una batalla callejera en una ciudad asediada por varios tornados, con persecuciones y logradas escenas de chatarrería coreográfica. Inmediatamente, un duelo de varios protagonistas en la azotea de un edificio, con muchos efectos especiales y dosis de dramatismo.
Jeff Bridges por supuesto está de este lado de la línea en Policías del más allá, pese a que el doblaje nos priva de su particular entonación. Y también funcionan algunos de los gags. No todos, pero los suficientes como para llegar hasta el final.