Tradiciones de familia
Sin dudas el terror es un género bastante particular, prácticamente el único sustentado en un esquema narrativo/ formal de rasgos nihilistas, en el que la sequedad, las truculencias y los semblantes gélidos son los elementos constituyentes por antonomasia. En el Hollywood actual abundan las remakes de clásicos y films periféricos, no obstante lo que diferencia a una propuesta como Ritual sangriento (2013) es su más que saludable “profundización estratégica” en lo que respecta al tono de la obra original mexicana (sin contar la macro sustitución de los comentarios sociales por las duras críticas al fundamentalismo religioso).
Para aquellos que no lo sepan, la película en cuestión es una relectura de Somos lo que Hay (2010), una realización eficiente que -sin llegar a ser una maravilla- ofrecía una interesante vuelta de tuerca en un subgénero poco frecuentado, el canibalismo. Exacerbando el piso dramático y modificando la coyuntura en algunos detalles, esta adaptación norteamericana renuncia a toda parafernalia mainstream para abrazar una progresión despojada más en sintonía con el cine independiente y sus sutilezas prototípicas. Aquí el ritmo aletargado y la escasez de diálogos son la regla principal, aportando tantos puntos a favor como en contra.
De hecho, la trama está tan acotada que resulta determinante la perspectiva del director Jim Mickle, quien se toma su tiempo para la construcción de los personajes aunque en ocasiones también abusa del recurso y termina fustigando al espectador con una historia a paso de tortuga. Más allá de los desniveles narrativos, estamos ante un gran desempeño del trío protagónico, compuesto por Bill Sage, Ambyr Childers y Julia Garner, como un padre de tradición luterana y sus dos hijas taciturnas. El clan debe enfrentar la muerte de la madre y al mismo tiempo “cuidarse” de la mirada indiscreta de los vecinos del pueblito de turno.
Quizás el mayor mérito de Mickle pase precisamente por respetar esa estructura candente de “drama familiar sobre caníbales”, edificado con el fulgor sádico característico del horror. Si sumamos las pequeñas variaciones y la susodicha exaltación trágica concienzuda, el combo cumple con sus objetivos y llega a la altura de la original, toda una proeza en el ámbito cinematográfico contemporáneo. Si obviamos los rituales culinarios involucrados, los cuales se deducen desde los primeros minutos, el telón de fondo lo aportan las disputas generacionales y los mecanismos psicológicos/ hogareños para la superación del dolor…