Hood-Men: Orígenes
Siendo la cinta de apertura en el Festival de Cannes, nos llega Robin Hood, film dirigido de manera excelente por Ridley Scott, quien retoma la temática histórica que tanto éxito le trajo en otras obras como Gladiator (2000), nuevamente con la cara de Russell Crowe, y contando la historia que dio pie a la leyenda del afamado ladrón de los ricos y defensor de los pobres.
Con la ya agotada premisa de las aventuras del arquero, Scott y sus guionistas decidieron acertadamente centrarse en los hechos que formaron la personalidad de Robin Longstride, que luego se convertiría en quien todos conococemos. Para ello, infaltable, recurrieron a secuencias de guerra épica, muchos extras colisionando entre sí en varios actos clicheados sucedidos, gritos de hombría, Crowe poniendo cara de malo, y espectaculares secuencias de acción que además agregan como nuevo condimento esos ralentis en primerísimo primer plano detalle en, por ejemplo, el desenlace o aquellos momentos en los que Hood hace gala de sus dotes con el arco y la flecha.
El guión, para qué dar vueltas, es pésimo. Los diálogos son toscos, no llevan a nada, y, al igual que la trama en general, no tienen un eje narrativo del que prenderse para seguir rumbo. De hecho, el impás generacional que sufre la cinta a partir del encuentro entre Crowe y una también tristemente desaprovechada Cate Blanchett, es fiel muestra de ello, llegando a generar reacomodamientos en la butaca e incluso bostezos. Uno anhela que la cámara se quede un rato más con las travesuras del personaje de Crowe, cuando éste da indicios de sus hazañas que luego lo inmortalizarían, como la escena del asalto en la madrugada o la incursión en la emboscada.
El problema con este tipo de cintas es que, cuando la acción se da un break, los discursos pasan a tomar un protagonismo que no merecen, y más cuando se denota una falta grave de ingenio en los remates de las conversaciones. Señoras y señores, el Robin Hood de Scott y sus amigos es un demagogo. No hay con qué defender esos discursos diplomáticos con el Rey, ni las arengas, ni mucho menos la charlas entre los dos tortolitos (lo más predecible y aburrido del film)... todo es tan empalagoso que uno pide a gritos que vuelvan esas hermosas tomas aéreas o los travellings en las secuencias de acción.
La película está muy bien fotografiada. Hay mucho provecho sacado de las ambientaciones y los paisajes, así como también se percibe un buen uso de los colores a la hora de, por ejemplo, elegir el vestuario. En lo artístico, la cinta se lleva todo el mérito; en lo técnico, Scott hace un muy buen trabajo; el guión, ya lo saben.
Típico film histórico. Si busca buenas escenas de acción, adrenalina, o alguna historia con la cual pasar de largo 140 minutos de su vida, quizás esta sea la elección correcta. Si busca ir más allá de eso, es decir, buenas actuaciones, un guión creíble, y una mirada no tan trastocada por la subestimación al público tan característica de la industria hollywoodense, búsquese otra. Acá no hay demasiado para ver. O por lo menos algo que aún no se haya visto.