RoboCop

Crítica de Marcos Rodriguez - CineFreaks

El hombre y la máquina

Ya casi ni vale la pena decirlo: Hollywood quiere apostar a lo seguro y vuelve con otra remake. Como la idea es arriesgar lo menos posible, las remakes hoy en factoría suelen apuntar a eso que se llama película de culto (objeto escurridizo y peligroso, pero que garantiza por lo menos una cierta cuota de fascinación escondida en el material ya viejo). Una película de culto no es necesariamente un viejo éxito de taquilla de una temporada pasada; muchas veces la película de culto fue un fracaso en el momento de su estreno. Pero, a diferencia de aquellas películas que supieron ser rentables en su momento, la película de culto tiene algo irreemplazable: un atractivo que sigue vigente y que tiene el potencial de seguir traduciéndose en billetes.

En el caso de Robocop, la película de culto fue también un éxito, como lo puede demostrar cualquier hombre de más de 30 años, que seguramente recordará haber ido al cine a ver la película o alguna de sus dos secuelas. Este nuevo Robocop, más anatómico, más canchero, atravesado por otras realidades (globales, politizadas), se construye como un relato sólido y actual.

Ahí donde Paul Verhoeven (director de la primera parte de la trilogía) se entregaba a una juguetona fantasía fascistoide, el brasilero José Padilha (director de Tropa de elite) aparece mucho más marcado por las realidades políticas y económicas del mundo globalizado. Si antes el crimen fuera de control dominaba en el futuro que proponía la película (una fantasía recurrente de los ochenta), hoy los que parecen dominarlo todo en el futuro son las empresas multinacionales y los medios de comunicación.

Una evidencia directa de este cambio de perspectiva es la presencia fundamental del personaje interpretado por Samuel L. Jackson: un presentador de televisión de un programa político de derecha que remite directamente a los contenidos de la televisión actual en Estados Unidos, de corte claramente republicano y conservador. Este personaje no sólo abre y cierra la película, sino que la articula constantemente en su sentido político y en lo que la política tiene de espectáculo. El trazo grueso de la parodia no le resta eficacia a este personaje, aunque sí un poco de densidad. De cualquier manera, no deja de ser simpática la idea de que en el futuro el vocero de los conservadores sea un negro, así como que el vocero de los demócratas (o, por lo menos, de los políticos no militaristas) sea un hombre de nombre pomposo y corbata de moñito.

La película se abre con un programa de televisión, en el que el presentador (Jackson) intenta convencernos de que Estados Unidos debería utilizar en su propio territorio los robots que está usando como parte del ejército para pacificar países enemigos. El país invadido en un futuro no muy lejano por Estados Unidos es Irán: vamos a las calles de Teherán, donde los robots están haciendo patrullas al azar para controlar a la población. De un edificio sale de pronto un grupo de hombres atados a bombas, que se disponen a entregar su vida en un ataque terrorista, siempre con la perspectiva de que sean captados por las cámaras de televisión. Ahí termina la nota sobre Estados Unidos en el mundo.

El argumento de la película (la historia de un policía que resulta herido por un ataque criminal y que continúa su lucha contra el crimen convertido en un androide) cobra sentido únicamente desde la perspectiva del poder: su vida y su historia importan en la medida en la que pueden cuadrar como parte de una estrategia de marketing de la empresa que fabrica estos robots, para tratar de ganarse la opinión pública a favor del uso de robots en Estados Unidos. Desde esta perspectiva general entramos en la historia del policía Alex Murphy. Es a través de esta perspectiva individual, la de un policía que se ve atrapado en una red de corrupción y crimen, pero también la de un padre de familia, que Robocop adquiere su sentido pleno.

En un mundo en el que los elementos planteados por la ciencia ficción ya no son tan lejanos como en el siglo pasado, la nueva Robocop apuesta fuertemente a las contradicciones y, fundamentalmente, a los personajes (entre los cuales es clave el interpretado por Gary Oldman, el científico a cargo de Robocop). Y es justamente esta atención a los personajes (planos, estereotipados, pero con peso, con una lógica propia e identificable) la que permite que la película fluya y pueda desarrollarse de forma tal que incluso los problemas más abstractos que la atraviesan -como la distinción entre libre albedrío y la ilusión de libre albedrío- se nos vuelvan cercanos, comprensibles y contundentes.

En definitiva, más allá de los aciertos o errores al adaptar esta película a su nuevo contexto, al cambiar de perspectivas, al incluir otras capas de sentido, el desarrollo narrativo sólido es el que permite que Robocop cobre nueva vida.