Diferente, y menor
En su acumulación de episodios y trilogías, más reboots, spin-offs y fanfictions, la saga Star Wars se ha vuelto tan rica e intrincada para los fanáticos como incomprensible e inabarcable para quienes la ven desde fuera. Pero como los que están dentro son tantos y tan profundamente entusiastas, todo intersticio en la trama, toda nueva indagación en cualquier época de la extendida historia significa un nuevo filón a explotar. La industria no descansa, y si Harry Potter ya no tenía más libros en los que inspirarse, hubo que hacer un viaje al pasado para iniciar la nueva franquicia de Animales fantásticos y cómo encontrarlos. Si bien Star Wars podría seguirse indefinidamente hacia adelante a partir de El despertar de la fuerza, por qué no explorar (explotar) las ocurrencias que pudieran intercalarse en el pasado y, ya que estamos, volviendo a traer figuras populares desaparecidas, como la del mismísimo Darth Vader.
Así es que esta historia se ubica cronológicamente luego del final de la segunda trilogía (la de los años 2000) y antes del comienzo de la primera. El imperio cada vez obtiene mayor poder interplanetario y la rebelión se encuentra ya prácticamente diezmada; los jedi se han vuelto una raza extinta. Es en este panorama que un grupo de parias, rebeldes y conscriptos de bajo perfil deciden aliarse para una misión suicida aunque asimismo crucial: el robo de documentos que exponen la vulnerabilidad de la Estrella de la Muerte, nefasta arma del imperio diseñada para subyugar a la galaxia destruyendo planetas enteros.
Es así que esta película es muy diferente en tono a El despertar de la fuerza, y al resto de los episodios de la saga. Es más deliberadamente oscura, y se encuentra opacada por el germen de la seriedad. No es extraño que haya sido comparada con Doce del patíbulo, con Los siete samuráis, y con todo ese cine en que un grupo de forajidos se embarca en una arriesgada misión. La idea es buena, y los principales miembros del equipo están notablemente presentados como para contar con atributos específicos y ser bien diferenciados.
Ahora bien, el problema de Rogue One es tan central y elemental como la idea misma de ritmo y, por ende, de entretenimiento. Podrá notarse en primer lugar la ausencia de comic reliefs, así como de criaturas simpáticas rondando los personajes principales, algo muy curioso por tratarse de una entrega de Star Wars. Podrá creerse que esto es un sinónimo de adultez, pero analizándolo en detalle (se siguen spoilers) está lejos de serlo. Como se trata de una misión suicida, el conocedor de la saga no debería extrañarse con el hecho de que cada uno de los integrantes del grupo termine falleciendo en determinado punto del desenlace, y es precisamente por eso que los creadores habrán pensado que ninguno de los personajes debería ser lo suficientemente simpático, para no herir así la sensibilidad ni despertar el desconsuelo en las audiencias infantiles. El resultado de esto es una abundancia de diálogos mecánicos y despersonalizados, carentes de gracia.
En segundo lugar, tanto el director Gareth Edwards (Godzilla) como los guionistas parecerían carecer de la imaginación suficiente como para hacer que la película verdaderamente levante vuelo. La tensión sí está bien construida, pero la trama carece de los clímax esperables. De hecho, los momentos de acción recuerdan a esas aburridas películas de comandos, con balazos y explosiones por doquier, pero sin la gracia de aquellos montajes paralelos formidables de los episodios previos, en los que se exponían varias contiendas cruciales al mismo tiempo. De hecho, las muertes de un par de personajes importantes están pésimamente explotadas, y una de ellas (la de Baze Malbus) hasta carece de sentido alguno. Esto no quiere decir que Rogue One no valga la pena. Se trata de un imponente despliegue de producción que ofrece una historia de a ratos atractiva, pero también dejando ese retrogusto amargo de ser mucho menos de lo que podría haber sido.