El regreso de un guerrero
Oliver Stone vuelve al cine que lo consagró en los ‘90 con esta historia sobre un trío amoroso de narcotraficantes independientes en la soleada California, que debe resistir la violenta intromisión en el negocio de un cartel mexicano. Ben y Chon (Aaron Johnson y Taylor Kitsch) comparten a la rubia O (Blake Lively) y llevan una vida paradisíaca gracias al cultivo y la distribución de marihuana, hasta que aparece un brutal emisario mexicano (Benicio Del Toro) de La Reina Elena (Salma Hayek). El trío va a necesitar la ayuda de un agente sucio de la DEA (John Travolta) para meterse en un universo donde se vuelve imposible distinguir de qué lado de la frontera están los salvajes del título.
Después de una década de películas históricas, Stone vuelve con Salvajes a su etapa más feroz y sensacionalista.
“Sólo por el hecho de estar contando la historia, no significa que termine viva. Este es el tipo de historia donde se pierde el control de todo”, avisa la voz de Blake Lively apenas empieza Salvajes . Stone recurre a una brutal mezcla de géneros que empieza con el cine negro, deviene en una película de pandilleros, coquetea con el spaghetti western y hasta esconde un drama introspectivo.
El cineasta se apoya en la banda sonora para marcar los cambios de humor en esta disparatada lucha de poderes y pasa del romanticismo de Brahms a la escalofriante resignificación de la cortina musical de la serie El chavo del ocho , con una parada en el universo de Gustavo Santaolalla.
Stone es más sutil que de costumbre con su obsesión por la política económica en la historia de un par de universitarios que encontraron el ascenso social en un ámbito lejano al deteriorado mercado laboral americano.
Salvajes se centra en la pérdida de la inocencia provocada por el proceder de una invasiva organización poderosa, como ocurría en Un domingo cualquiera (99) con las corporaciones y el fútbol americano.
Los protagonistas buscan una salida desaforada que emparienta Salvajes con Asesinos por naturaleza (94), siempre con el tono alucinógeno de The Doors (91). Ben y Chon tienen que dejar de lado sus ideales neo-hippies y ensuciarse mucho más allá de lo que imaginaron en un descenso a los infiernos para recuperar parte de ese candor perdido a fuerza de robos, secuestros y asesinatos.
Este camino circular en busca de la redención también parece ser el que recorre Stone en su carrera. Después de una década con demasiadas manchas para un cineasta de su talla, el sexagenario director resurge con este cándida y excesiva mirada sobre el tráfico de drogas en Estados Unidos.