El director de I pugni in tasca viene desde entonces (1965) sorprendiéndonos, inquietándonos, proponiéndonos siempre un desafío a nuestra sensibilidad e inteligencia. En este caso, dos historias se entrelazan por suceder en el mismo convento: en la primera, una mujer es sometida en el siglo XVII a las conocidas pruebas ideadas por la Santa Iglesia para verificar si no se trata de una bruja que ha empujado al suicido a su marido; en la segunda, ya en la actualidad, un vampiro vive oculto en ese monasterio y debe evitar que sea vendido a un inversionista ruso.
Pasado y presente, ir y venir hipnótico en el que el ser italiano, la religión y la política, la corrupción y la frivolidad son diseccionados con filo, no exento de humor en el caso de lo que tiene que ver con nuestros días. El diálogo del vampiro con su dentista en el consultorio nos confirma eso de que los argentinos somos italianos que hablamos castellano.