Turismo en el infierno.
Mientras que gran parte de los espectadores de treinta años para arriba aún se manejan con una concepción de la clase B hollywoodense vinculada al desparpajo de propuestas más o menos cómicas o aquella seriedad mal entendida de tantas otras realizaciones de bajo presupuesto, los espectadores más jóvenes directamente desconocen la existencia de un cine marginal -y en “relación de espejo” para con el mainstream- ya que suelen consumir exclusivamente los grandes tanques anuales de los estudios estadounidenses. Así las cosas, en el primer caso encontramos una suerte de desfasaje entre un ideal muy caduco y las características de la clase B contemporánea, y en el segundo caso nos topamos con una situación de lo más paradójica porque Internet causó y a la vez subsanó la desaparición de la venta/ alquiler de films en formato físico, construyendo nuevos canales de distribución.
El inefable “video on demand” y su contraparte anárquica, la piratería, pusieron al alcance del público una oferta muy variada de títulos que deberían haber enriquecido la percepción cultural de los consumidores, por un lado conduciendo al abandono de nociones que ya no nos sirven para analizar el cine marginal actual y por el otro facilitando el acceso a obras relativamente alternativas, más allá de la calidad de las mismas. Lo cierto es que en el día a día casi todos siguen conformándose con lo que ofrece la industria más pomposa y obvian al resto de la gama cinematográfica, circunstancia que nos lleva a que el grueso del público no tenga idea de que efectivamente existe una clase B de nuestros días y que responde a las características de opus como el presente, Satanic: El Juego del Demonio (Satanic, 2016), un trabajo realizado con pocos recursos que no llega a ser del todo fallido dentro del rubro.
Lejos de la ingenuidad e improvisación de los directores de antaño, esta nueva clase B se vuelca de manera consciente hacia la comedia o el drama más tajantes: en el terror suelen primar la tragedia, el desarrollo de personajes, los actores televisivos, los practical effects, algo de CGI en el desenlace y un “ambiente” homicida que envuelve a los protagonistas (como en el mainstream, los asesinos del pasado desaparecieron). Aquí la historia nos presenta el derrotero de dos primas y sus novios, quienes se dirigen en una camioneta hacia el Festival de Coachella y deciden parar unos días en Los Ángeles para recorrer escenas de crímenes vinculados con rituales satanistas. Por supuesto que una serie de eventualidades los llevará a “rescatar” a una señorita que se asomaba como la próxima víctima de un culto de lunáticos, lo que pronto se convertirá en un descenso al infierno para los involucrados.
Dentro del precario subgénero “adolescentes o jóvenes adultos que hacen casi todo mal y terminan pagando las consecuencias”, Satanic: El Juego del Demonio no ofrece ninguna novedad significativa y curiosamente apuesta todas sus fichas a la simpleza de los protagonistas y el desempeño de la scream queen principal, Sarah Hyland de Modern Family. La veinteañera cumple con dignidad como el único personaje agradable -el resto son fanáticos religiosos o bobos góticos de cotillón- y sostiene un relato que respeta a rajatabla el canon anteriormente descripto del bajo presupuesto contemporáneo. El director Jeffrey G. Hunt, hoy trabajando a partir de un guión del ascendente Anthony Jaswinski, logra que el trayecto hacia la maldición de Belcebú resulte ameno pero no consigue darle al final un verdadero ímpetu de furia y shock, capaz de expandir el gore de escenas previas…