Acuchíllame, por favor
A quince años de su estreno hoy no queda ninguna duda que Scream (1996) mató al cine de horror para adolescentes, ese mismo que se basaba en los viejos patrones establecidos en los ´70 y estandarizados en los ´80. A posteriori y en buena medida desapareció aquel slasher moralizante que garantizaba una muerte segura a todos los que sucumbían a los placeres de la carne: la película dirigida por Wes Craven y escrita por Kevin Williamson se sumergía en un abordaje súper consciente del género que por un lado satirizaba sus resortes prototípicos y por el otro los respetaba dedicándoles una nueva tanda de cadáveres frescos.
Los exploitations subsiguientes, una catarata que abarca muchísimas remakes y que continúa hasta la actualidad, nacieron sin vida ni nada valioso para agregar: el cimbronazo que produjo la obra protagonizada por Neve Campbell se siente en la incapacidad del Hollywood contemporáneo de ofrecer un film eficiente que no esté destinado a la ridiculización masiva y que aporte aunque sea un elemento novedoso. Durante la última década las propuestas que revitalizaron al terror llegaron de la mano de outsiders totales o directamente de Asia y Europa, como si la escasez mainstream de ideas fuese irreversible.
En lo que respecta al resto de los eslabones de la franquicia, si bien fueron proyectos disfrutables a decir verdad no alcanzaron la altura de la primera: Scream 2 (1997) demostró perspicacia pero sufrió por la anulación del factor sorpresa y Scream 3 (2000) fue la más floja del lote debido a un guión no tan elaborado en el que se hacía demasiado evidente la ausencia de Williamson. Cuando nadie lo esperaba The Weinstein Company decidió que era el momento oportuno para reflotar a Ghostface y reunir a todo el equipo original, así las cosas el resultado es la estupenda Scream 4 (2011), claramente la mejor secuela de la saga.
Luego de un sinnúmero de cuchillos agitados y un frondoso elenco de psicópatas detrás de la máscara, Woodsboro tuvo sus años de tranquilidad y pudo reponerse a la seguidilla de crímenes. Sidney Prescott (Campbell) regresa para promocionar un libro acerca de sus experiencias, Dewey Riley (David Arquette) ahora es el sheriff del pueblo y su esposa Gale Weathers (Courteney Cox) ha abandonado con recelo el periodismo. Por supuesto que la paz dura poco y pronto Sidney vuelve a ser blanco de un flamante chiflado adicto al acoso, privilegio que comparte con su prima Jill Roberts (Emma Roberts) y otras bellas señoritas.
Que la cuarta entrada genere empatía ya es un logro mayúsculo, si además sumamos un comienzo y un desenlace muy inspirados hablamos de una anomalía absoluta: el inicio funciona como una hilarante “parodia dentro de una parodia” y el final destruye a los medios de comunicación citando con inteligencia a Poder que Mata (Network, 1976) y El Rey de la Comedia (The King of Comedy, 1982), específicamente se hace hincapié en esa tendencia a mercantilizar los hechos cotidianos. El dueto Craven- Williamson reflexiona sobre los dispositivos de la enunciación sin descuidar una intriga que nunca defrauda…