Hacer que una de las sagas más exitosas e icónicas de Wes Craven continuara su legado sin él no podía ser tarea fácil. El director que falleció en el 2015 supo redefinir el género slasher y marcó una especie de subgénero en las películas de terror adolescente que le siguieron. Lo hizo sin crear algo nuevo sino a través de una relectura y crítica que, con terror, sangre y autorreflexión, inició por 1996 y continuó con algunas secuelas, siempre tras la cámaras del propio Craven, que no lograron estar a la altura de la primera entrega. En el 2011 llegó la cuarta parte que pretendía, o así lo hubiese querido Craven, ser el inicio de una nueva trilogía y, más allá de ser una versión renovada y eficaz, resultó un fracaso en taquilla. Ya sin su presencia, con el visto bueno del guionista Kevin Williamson como productor, la continuación cayó en manos de Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, dos directores que nos habían sorprendido con Ready or Not (Boda sangrienta), una película de terror con comedia y mucha sangre.
La Scream original fue una película hecha para fanáticos del género. Sus villanos así lo eran y además siempre estaba el experto que utilizaba lo que había aprendido viendo la incontable cantidad de slashers realizados para sobrevivir a un asesino en serie. El blanco principal era Sidney Prescott, una adolescente virgen que vive sola con su padre. A su alrededor, se encontraba un grupo de amigos, cada uno con roles bien definidos, y se sumaba la presencia de un policía, joven y poco preparado aún, y de una ambiciosa cronista. Este trío protagonista fue el que apareció en cada una de las sagas y una pudo ser testigo de cómo los personajes crecían dentro de ella, siempre enfrentados a enrevesados asesinos seriales que se esconden bajo la máscara de Ghostface a los que lograban sobrevivir.
En esta nueva Scream, que se llama igual que la primera pero es la quinta parte, hay un poco de secuela y un poco de reboot y una de las nuevas protagonistas expertas lo llama «recuela»: una continuación de la historia conocida con personajes nuevos y viejos. Porque acá también aparece esta idea de estudiar no quizás el género en sí pero sí cómo éste va mutando hasta llegar al terror que consumen hoy los adolescentes, personas que ya no se entretienen con la idea de un asesino que mata sin piedad y necesita que haya algo más detrás. Los directores tampoco pretenden superar lo que hizo Wes Craven (lo dicen de manera casi explícita ya que, para no hablar de Scream, los protagonistas siempre hablan de Stab, la ficción dentro de la ficción en la saga), sino que se ponen en el lugar de admiradores e intentan ser respetuoso de todo lo logrado. De todos modos es la primera de las películas la que se referencia constantemente, del resto apenas se puede sugerir algún detalle.
El nuevo grupo de adolescentes protagonistas tiene como centro a dos hermanas distanciadas. Una de ellas es atacada y eso hace que la mayor regrese al pueblo del que se fue: Woodsboro. Lo que nadie sabe, o solamente el asesino, es que guarda un secreto familiar del pasado. Porque si algo aprendimos con Scream es que el asesino siempre tiene que algo ver con el pasado. De pronto las muertes se multiplican y el grupo de amigos cercanos se miran con desconfianza entre ellos: quien está detrás de la máscara siempre es alguien del círculo íntimo, otra cosa que aprendimos. Y si no las aprendimos, se las enumeran a cada rato para demostrarnos que estamos ante personajes que ya vieron estas películas, aunque parezcan más interesados en el mal llamado «terror elevado». Tanto rejunte de reglas y misterio alrededor de quién es el, la, o los asesinos por momentos la hace parecer un juego.
Lo mejor de la película llega con el llamado a aquellos personajes queridos a los que vimos superar cada uno de estos asesinatos. Los actores originales regresan y se hacen parte de la trama de manera orgánica hasta apoderarse casi del protagonismo; son versiones más adultas y quizás un poco más suavizadas de las que conocemos. Pero a la larga son ellos a quienes queremos ver sobrevivir mientras que el grupo de adolescentes, salvo algunos con menos minutos en pantalla, no resultan nunca tan interesantes.
Los directores y sus guionistas James Vanderbilt y Guy Busick demuestran su admiración por Wes Craven y realizan una digna continuación, con mucha sangre -aquí los asesinatos son retratados con la brutalidad necesaria-, humor, alguna cuota de drama, y mucho amor por los personajes con los que una siente que creció. Quizás Craven hubiese sido más sutil a la hora de muchas citas y reflexiones en torno a la mirada actual del género, y a veces la repetición constante de escenas que conocemos de memoria se tornan un poco reiterativas -cada una con algún cambio que representa la actualidad, claro-. Hay además algo un poco forzado y subrayado en esta especie de versión para los jóvenes de ahora, que tienen otros tiempos y otros intereses y también una mirada sobre el fanatismo que puede generar una película. Y sin embargo Scream en su versión 2022 es una entrega muy digna de la saga, porque la entiende y la respeta y no intenta ponerse en un lugar superior. Y además es muy divertida.