La sombra sobre la inocencia
Si bien el terror clase B de nuestros días está ampliando el abanico de temas tratados en consonancia con la buena salud del género en términos internacionales, en varios aspectos continúa arrastrando un conjunto de problemas que van más allá del enclave de los sustos y se extienden a todo el séptimo arte contemporáneo en general. Dos son los inconvenientes principales que atraviesa el cine actual: el primero es la falta de verdadera garra narrativa y el segundo una redundancia que deriva en un déficit muy pronunciado en materia de “entretenimiento” a secas (ya ni siquiera hablamos de productos culturales socialmente valiosos, sólo de distracciones eficaces). Las fuerzas propulsoras fundamentales del horror son de hecho el nervio y el dinamismo, y su ausencia siempre queda en primer plano ante el espectador y deja atrofiado al film en cuestión de una manera tal que lo encarrila al olvido.
Y sí, gran parte de la producción cinematográfica del presente pareciera que no tiene sangre en las venas por lo tibia y artificial que resulta a ojos de quienes hemos crecido con una oferta artística más variada, realizada con recursos más limitados que los actuales aunque rebosante de las ideas que hoy faltan. Tomemos por ejemplo la película que nos ocupa, Se Ocultan en la Oscuridad (Be Afraid, 2017), una obra que en otras épocas se hubiese volcado al campo de la desproporción, el sustrato cómico o el gore irrefrenable, pero ahora se nos presenta como un opus de una seriedad casi sepulcral que trata de darle una vuelta de tuerca al engranaje narrativo del “pueblito que esconde un secreto” a través de la repetición ad infinitum de la misma secuencia de amenaza nocturna que muestra poco y nada de los villanos de turno, otra vez unas criaturas fantasmales que secuestran a los niños del lugar.
Hasta las clásicas trasheadas del enorme Roger Corman, como Death Race 2000 (1975), Humanoids from the Deep (1980) y Galaxy of Terror (1981), conocían sus muchos obstáculos y -dentro de una procaz cosmovisión de “todo vale”- se corrían de esa máxima cansadora de nuestros días centrada en lo que algunos productores entienden por “apostar a seguro”, léase el rodar la misma obra por milésima vez sin un ápice de innovación o acento distintivo o propensión hacia el collage de antaño. Como era de esperar, Se Ocultan en la Oscuridad es muy prolija porque si hoy existe un rasgo por antonomasia al momento de la constitución del equipo detrás de cámaras, es la profesionalidad técnica (el realizador Drew Gabreski posee una larga experiencia como director de fotografía acumulada durante los últimos años y el guionista Gerald Nott cuenta con un sólido bagaje como editor asistente).
Quizás lo más curioso del caso es que la película se las ingenia para construir personajes que se sienten de carne y hueso, lejos de las caricaturas de gran parte del mainstream hollywoodense tradicional, no obstante esa riqueza dramática está desaprovechada porque el convite se enrosca a sí mismo en una trama cíclica y mayormente aburrida en torno a dos viejos tópicos del género, la sombra sobre la inocencia (la captura de pequeños reemplaza al asesinato -o cosas peores- del pasado ya que permite nivelar hacia abajo y castrar al film de todo verdadero peligro), y los misterios subyacentes a las pesadillas en la línea de la franquicia centrada en Freddy Krueger (aquí el protagonista sufre de parálisis del sueño, un desorden que lo deja catatónico y a merced de los seres espectrales). Algunas escenas potables llegando el final no alcanzan para redimir un opus desinspirado y bastante lerdo…