Nada o nadie nos separará
Secretos Ocultos (Marrowbone, 2017), el debut en pantalla grande como realizador del español Sergio G. Sánchez, conocido por haber firmado los guiones de El Orfanato (2007) y Lo Imposible (2012), a su vez dos trabajos dirigidos por su compatriota J.A. Bayona, es una exquisita película de terror que evita el toque pomposo y esquemático del mainstream de nuestros días para privilegiar en cambio la sutileza, el desarrollo de personajes y la dialéctica de las sorpresas que vienen más por el lado de una sensibilidad a flor de piel que de la mano de vueltas de tuerca improvisadas sobre la marcha símil Hollywood. En este sentido se nota el talento de Sánchez a nivel de la estructuración de la historia porque a sus marcas registradas de siempre, vinculadas a los arcanos del pasado y la supervivencia de la familia contra viento y marea, se suma la inteligencia del planteo de base en torno a la incapacidad de escapar de la violencia cuando su estela abarca nuestro círculo intrínseco.
La propuesta comienza con la llegada de un clan británico a una zona rural sin especificar de Estados Unidos a fines de la década del 60, compuesto por una matriarca agonizante, Rose Marrowbone (Nicola Harrison), y sus cuatro hijos, los adolescentes Jack (George MacKay), Jane (Mia Goth) y Billy (Charlie Heaton) y el pequeño Sam (Matthew Stagg). Toda la familia viene huyendo del padre, de apellido Fairbairn (Tom Fisher), y por ello deciden ocultarse en la casa donde creció Rose, un lugar idílico y muy destartalado alejado del pueblo en el que conocen a Allie (Anya Taylor-Joy), una muchacha que trabaja de bibliotecaria de la que se hacen amigos de inmediato. La alegría dura poco porque primero fallece la madre y luego arriba el misterioso padre disparando un arma y con intenciones homicidas, frente a lo cual la trama pega un salto hacia adelante en el que todos los jóvenes están vivos aunque determinados detalles nos indican que las cosas no están del todo bien.
Este flashforward construye un presente del relato caracterizado por el miedo patológico de los hermanos a los espejos, por la existencia de una “fortaleza” hecha de sábanas y trapos en la que se refugian ante el peligro -ahora representado por lo que Sam interpreta como un fantasma- y finalmente por una planta superior del inmueble totalmente tapiada, dando a entender que algo fue encerrado allí hace ya bastante tiempo. Mientras que Jack, el mayor de la estirpe, procura avanzar en el romance que lo ata a Allie, un abogado metiche llamado Tom Porter (Kyle Soller), encargado de concretar la transferencia de la vivienda a nombre de Rose, pretende extorsionar a la familia exigiéndoles una suma de “dinero sucio” que perteneció a Fairbairn. Para colmo de males, la necesidad de permanecer ocultos hasta que Jack cumpla los 21 años -con el objetivo de que no los separen- además se ve amenazada por la vuelta de esa entidad a la que tanto temen y que habita dentro de los muros del hogar.
Sánchez se las arregla de maravillas para apuntalar un devenir que retoma tres premisas centrales del horror y el suspenso de décadas precedentes, a saber: en primera instancia tenemos la pesadilla de contar con visitantes conviviendo con nosotros sin siquiera saberlo, bien en sintonía con Bad Ronald (1974), La Gente Detrás de las Paredes (The People Under the Stairs, 1991) y El Habitante Incierto (2004), en segundo término vienen los dilemas familiares de ultratumba de películas de impronta gótica como Los Otros (The Others, 2001) y la susodicha El Orfanato, y en último lugar está un derrotero psicológico esquizofrénico que nos retrotrae a Psicosis (Psycho, 1960), Demente (Raising Cain, 1992) e Identidad (Identity, 2003). Considerando la ensalada de turno, el director y guionista logra la proeza de conciliar cada elemento con el resto gracias a la idea de ponderar la dimensión melodramática por sobre los artificios sin corazón y automatizados del mainstream actual.
A sabiendas de que el dolor y los mecanismos que implementamos para intentar esquivarlo son en gran parte mucho más interesantes que la fuente en sí de la angustia, sea ésta del tenor que sea, en esta oportunidad el español crea un entramado de relaciones muy atractivo en el que cada vez que parece que se asomará un cliché en el horizonte, el realizador nos regala una pequeña sorpresa que despierta la sensación de estar frente a un formidable -y al mismo tiempo humilde- reloj suizo narrativo a la vieja usanza. El elenco en su conjunto ofrece interpretaciones geniales aunque en especial se destaca lo hecho por Taylor-Joy y Goth, dos de las mejores actrices del panorama cinematográfico anglosajón contemporáneo. Aquí Sánchez transforma a la mancomunión doméstica en el núcleo de la historia con la meta de evitar la intromisión del Estado o de terceros y define al amor no como una energía mágica que soluciona los problemas sino como la predisposición a cohabitar con el prójimo aceptando sus pros y contras en igual medida, ya que la soledad a veces es mucho peor…