Juventud y política entrelazadas son el sello de bronce que se estampa en el comienzo de los años setenta. Revolución, venganza y justicia parecen sinónimos. De la idea se salta a la práctica como si las cabezas prepararan a los cuerpos para una acción sin dilaciones. La historia es optimista, aunque la muerte sea la condición de la alborada. Por eso, el tiempo corre veloz y se palpita que todo será posible.