La conciencia negra.
Para bien o para mal, las tres primeras escenas de Selma (2014) establecen la inflexión narrativa del film en su conjunto: vemos a Martin Luther King (David Oyelowo) ensayando un discurso frente al espejo, luego viene un atentado con explosivos en el que mueren niños y el remate llega de la mano de un personaje -interpretado por Oprah Winfrey- que recita el Preámbulo de la Constitución Norteamericana mientras intenta registrarse para votar. El opus de la publicista reconvertida en directora Ava DuVernay se centra precisamente en la batalla mediática de King en pos de finiquitar la segregación en Estados Unidos mediante marchas y actos varios de índole pacífica, toda una estrategia política resumida en el eslogan “negociar, demostrar y resistir”, sin jamás obviar a los sectores blancos en el poder.
Más que en edificar una biopic tradicional, la realizadora se muestra interesada en ofrecer un retrato del héroe del movimiento por los derechos civiles y dar testimonio de su doctrina igualitaria, en función de la cual analiza los detalles de la caminata que el susodicho promovió de Selma a Montgomery, la capital del estado de Alabama, reclamando la inclusión concreta de la comunidad afroamericana en el sufragio universal, algo que estaba garantizado sólo de manera nominal. La propuesta apuntala un contexto convulsionado caracterizado por la ignorancia, el complot gubernamental, un racismo de corte esclavista, la vehemencia del aparato de represión, una campaña de terror impulsada desde las cúpulas y finalmente la presencia de dirigentes extraordinarios como Malcolm X y el propio King.
Ahora bien, el error habitual de este tipo de obras mainstream pasa por el hecho de pensar que la figura pública de turno basta por sí sola para sostener la película, lo que deriva en un relato en mosaico a pura dispersión por todos los “personajes secundarios” de su vida. Selma por momentos también pierde el foco y para colmo cae en esa pomposidad alegórica sustentada en clichés, diálogos trillados y montajes sensibles con música a tono. Si bien vale aclarar que estamos lejos de los golpes bajos de El Color Púrpura (The Color Purple, 1985) o la mucho peor El Mayordomo (The Butler, 2013), resulta lastimoso que aun hoy continúe en auge esta clase de recursos cuando ya han sido superados por la crudeza documentalista intra industria de cineastas de la talla de Paul Greengrass y Steve McQueen.
Como suele ocurrir en casos como el presente, el convite compensa los problemas formales con la excelente interpretación del protagonista, Oyelowo, un actor británico al que no le tiembla el pulso cuando debe reproducir palabra por palabra los discursos históricos de King. Una idea oportuna del guión del debutante Paul Webb fue la de recurrir a inserts con los reportes del FBI en consonancia con la persecución y vigilancia de la que el señor fue objeto, un detalle bastante irónico que ejemplifica tanto la faceta reaccionaria de la sociedad del norte como la violencia que la enmarca. Dejando de lado las buenas intenciones del film en general, DuVernayse se luce en las escenas intimistas y redondea un pantallazo afable sobre la construcción de la conciencia negra y su articulación militante…