Un policial con base en dos enigmas
Aunque fue dirigida por el catalán Patxi Amezcua, la película es más argentina que española, porque su historia se desarrolla en Buenos Aires, los actores son argentinos, con excepción de Belén Rueda, y el iluminador Lucio Bonelli también los es.
Séptimo se inscribe en el subgénero del policial de enigma. En la jerga del cine se conoce como whodunit . Las preguntas que se formula es quién cometió el crimen y cómo. No se interroga sobre el por qué de la acción delictiva, algo que sí hace el cine policial "negro", donde el dinero suele dictar la moral de los personajes y el crimen es un espejo de la sociedad.
El título alude al séptimo piso de un edificio, ocupado por Delia (Rueda) y sus hijos Luna y Luca, de siete y nueve años, respectivamente. Delia es española, hija de un letrado que reside en Madrid y desde hace algo más de un año está separada de Sebastián (Darín), también abogado y de cierto prestigio.
Ambos se conocieron en Madrid y a pesar de la separación, mantienen una buena relación. Sebastián, inclusive, lleva diariamente a los hijos a la escuela y suelen practicar un juego que consiste en verificar quién llega primero a la planta baja: el padre utiliza el ascensor y los chicos descienden por la escalera.
"Terminála con el jueguito ése de dejarlos bajar por la escalera", le dice Delia a Sebastián. No obstante, después que Delia se va a su trabajo, los tres repiten el juego. Pero cuando Sebastián llega a la planta baja advierte que los hijos aún no llegaron y tampoco llegarán nunca.
Aquí queda planteado lo que se conoce como conflicto dramático. A medida que pasan los minutos, Sebastián es preso de la desesperación y la paranoia. Es decir, algo que le puede suceder a cualquier padre en circunstancias similares. Para colmo, en Tribunales lo esperan para una audiencia importante.
El protagonista sospecha de todo el mundo y solicita apoyo al encargado del edificio y al comisario Rosales, que habita el cuarto piso y comienza a colaborar en la investigación, en especial desde el momento que Sebastián recibe el fatídico llamado telefónico.
La película posee una impecable factura técnica, bien fotografiada y bien actuada, pero al espectador le queda una sensación de que algo le falta, de que es incompleta. El punto de partida es fuerte, pero poco creíble por la forma como está planteado. Sólo adquiere sentido hacia el final.
Una debilidad similar se observa en la resolución del conflicto, fundamentalmente por cierta inconsistencia o fragilidad en las motivaciones del o los autores del secuestro.
El director va deslizando algunos datos, que el espectador perspicaz puede relacionar con la historia para deducir por anticipado el desenlace (las películas de enigma permiten realizar esta operación). Aunque en este caso es pertinente hablar de un segundo final, que tampoco resulta convincente. Aun así, la película resulta agradable de ver.
Hay dos elementos que obtienen relevancia. Uno es la "gran ciudad" que, por tradición, puede ser escenario de las más disímiles historias. Y el director procura que el espectador participe o viva esa experiencia.
El otro "protagonista" clave es el teléfono celular, cuya utilización intensiva abrevia el tiempo, facilita los contactos y agiliza la narración.