El humor como antídoto para digerir la estupidez humana
Si hay una frase que explica el sentido de toda la película de Radu Jude es la que se muestra tras los títulos iniciales: “Nadie entiende que el mundo se hunde en el océano del tiempo y está lleno e infestado con esos enormes cocodrilos llamados decrepitud y muerte”. Lo sorprendente es que este texto llega después de los tres minutos que abren el filme en los que Emi, que después sabremos que es una profesora de secundaria de una escuela de Bucarest, aparece teniendo sexo (explícito) con su marido. El video de ese momento de intimidad se sube a una página web, Pornhub, y el caso explota, en la calle, en los medios, pero, por sobre todo, y en donde hace hincapié el realizador, en la reputación de la docente.
Planteada en formato de comedia y con separadores temáticos con música distendida, “Sexo desafortunado o porno loco” se presenta como “un sketch para una película popular”. Después de la escena de sexo y de la frase conceptual se la ve a Emi transitando las calles de Bucarest y hablando por celular con su marido sobre el famoso video. La cámara de Radu Jude hace un paneo por ese andar de Emi, en donde supuestamente no pasa nada, pero se dice todo. Porque en escenas cotidianas se ve naturalizado el destrato, las diferencias de clases sociales, el bombardeo de la sociedad de consumo, las publicidades de doble sentido y también la falta de respeto y empatía, en un arco que va desde la cola en un supermercado hasta un automovilista que atropella a un inspector de tránsito. En medio de todo ese universo caótico, se hará foco en varios hombres que se burlan y provocan a Emi porque seguramente la vieron teniendo sexo en el famoso video viralizado. La segunda parte de la película es una suerte de documental en la que se hace referencia a una sociedad degradada, política y culturalmente. Desde la foto en la que se ve a un hombre blanco tocándole las tetas a una mujer negra en medio de una excursión selvática hasta el empoderamiento social y mediático de Stalin y Hitler. Y la tercera y última parte es Emi frente a la directora, docentes y padres de los alumnos, quienes a la manera de un juzgado de la ética y la moral definirán si ella debe o no seguir dando clases en ese establecimiento educativo. Los argumentos de padres y docentes dan ganas de reír y de llorar. Y allí está la genialidad de este realizador -que ganó el Oso de Oro a mejor película en el último Festival de Berlín- porque en esos testimonios pacatos, retrógrados y despectivos en los que supuestamente se defienden la moral y las buenas costumbres se pueden reflejar padres, docentes y directivos de acá a la vuelta, de Rumania, de Estados Unidos o de cualquier parte del mundo. Y para graficar aún más la frase del comienzo en la que “nadie entiende que el mundo se hunde”, hay un link inevitable con la pandemia que azota este planeta y es la presencia del barbijo en los personajes. El “subite la mascarilla” convive con “qué linda tu mascarilla”, mientras la muerte sigue pidiendo pista para tomar el personaje protagónico. En ese contexto, todo cierra para que el humor del final aparezca como una suerte de antídoto para soportar con una sonrisa irónica los exabruptos de la estupidez humana.