"¡Shazam! La furia de los dioses": gigantismo inane
La continuación de la primera "¡Shazam!" trata de un grupo de hermanos adoptivos que, al gritar esa palabra, adquieren la fisonomía inflada de los encapotados, pero sin dejar de ser adolescentes.
“¡Ábrete, Sésamo!” no es el único término cuya enunciación invoca lo mágico. “Shazam” es la palabra que permite que un adolescente común y corriente se convierta en un superhéroe con poderes que en su vida hubiera esperado tener. Y es también el título de la película que mostró, cuatro años atrás, que el universo cinematográfico de DC Comics era capaz de tomarse un poco menos en serio todo lo que ocurría dentro de la pantalla, una aproximación muy distinta a la que venía ensayando con sus Batmanes y Supermanes hundidos en la oscuridad de sus traumas y asuntos irresueltos.
Nuevamente dirigida por David F. Sandberg, un asalariado de Warner que ocupó la silla plegable en los films de terror Annabelle y Nunca apagues la luz, entre otros, ¡Shazam! La furia de los dioses retoma la línea de su predecesora… pero un ratito. Por fuera de eso, se trata de una (otra) historia de superhéroes salvando al mundo de unas mujeres malvadas, todo en medio de una batería de efectos digitales que, lejos de sumar, le quitan puntos a una película con potencial para haber sido, sino mejor, al menos (un poco) distinta.
La nunca del todo valorada plataforma Star+ estrenó a principios de este año Soy extraordinaria, una serie británica que transcurre en un mundo igualito al nuestro, con la salvedad de que cuando lxs chicxs llegan a la mayoría de edad se les revela un súper poder. Hay de todo, desde una chica que puede “dejarse poseer” por muertos y utiliza su particularidad para dirimir herencias en un estudio de abogados, hasta un muchacho capaz de convertir todo lo que toca al formato PDF. La serie mezclaba muy bien el universo simbólico de lo heroico con el de las comedias sobre adolescentes en busca de un camino personal propio, una convivencia que también anida en el núcleo interno de ambas ¡Shazam! A fin de cuentas, se trata de un grupo de hermanos adoptivos que, al gritar esa palabra, adquieren la fisonomía inflada de los encapotados, pero sin nunca dejar de ser adolescentes.
Es un ejercicio contrafáctico y, como tal, imposible de validar, pero La furia de los dioses hubiera sido una película mucho más refrescante y relajada si hubiera decidido mantenerse en el camino de acompañar a sus protagonistas en las aventuras cotidianas propias de esa franja etaria. Pero no. A cambio, los enfrenta a las hijas de Atlas, un trío de antiguas diosas vengativas que llegan a la Tierra para recuperar la magia que les robaron hace mucho tiempo. Diosas interpretadas por la jovencita Rachel Zegler, la revelación del musical Amor sin barreras, y las veteranas Helen Mirren y Lucy Liu, que actúan con las mismas ganas con que se hace la cola de un banco para pagar impuestos durante la ola de calor.
Si el camino de aquella película imaginaria –que podría ser algún multiverso, algo nada descabellado dado el baño de prestigio que el Oscar a Todo en partes al mismo tiempo le dio a ese concepto– de pibes normales enfrentando la rutina ordinaria con elementos extraordinarios abría las puertas a un film más volcado a lo humorístico, el del gigantismo y la espectacularidad que adopta Sandberg lleva al film hacia la neurosis habitual de este tipo de películas. Es así que pasa de un chiste absurdo a un diálogo grave sobre el mundo y la humanidad, y de allí a una referencia a los primos de Marvel. Una película que, como suele pasar, quiere ser muchas cosas y termina siendo ninguna.