Espectacular, Watson
Del 1 al 10, la segunda película de Sherlock Holmes se aproxima al 10 en la cuestión técnica y artística. En lo que respecta a la pasión, supera la máxima calificación posible. Y eso se traduce en placer para el espectador. Los directores de cine que aman lo que hacen, son bichos raros en el negocio. Detrás de este largometraje hay uno: Guy Ritchie.
Así como el té importado, el césped inmaculadamente verde o la costumbre de conducir por el carril izquierdo de la calle, el investigador privado Sherlock Holmes es uno de los símbolos de la cultura británica. Las raíces de este personaje se hunden en la época victoriana, o sea hacia mediados del 1800, un momento de la historia que coincide con la primera gran revolución industrial producida por el hombre, de la que casualmente Inglaterra fue una gran protagonista.
Un gran hálito de chauvinismo envuelve entonces al mito de Holmes en la cultura de ese país, y queda bien explícito por el modo en que Guy Ritchie filmó este largometraje. Su materialización -por dar un ejemplo- de las escenas urbanas, desde la arquitectura a la vestimenta de los habitantes de la época, pasando por todo el arco imaginable, está tan dramáticamente estudiada en cuanto a los materiales de confección, el color, los ecos, la luz y hasta el espesor de la niebla, que todos los elementos parecieran estarle diciendo al espectador de una manera subliminal: nadie puede filmarnos mejor que un británico nacido aquí mismo (en Londres).
Por si eso fuera poco, Ritchie, que es un enamorado de su estilo -en parte ligado al posmodernismo visual-, le agrega una pizca de menta al cóctel. El que haya visto películas suyas anteriores, sabe que ama las cámaras lentas y los detalles convertidos en planos gigantes. Esto le viene de maravillas para representar el apogeo de la revolución industrial, y al recurso lo utiliza a veces de maravillas para mostrar, pieza por pieza, cómo se accionan los mecanismos de un artefacto complejo, llámese arma de fuego, engranaje o bomba.
Y también para hacer experimentos en contrario, a la hora de la jugar con la espectacularidad. Porque, Sherlock Holmes: Juego de sombras, es toda una superproducción.
El guión acompaña. Si bien, alguna vez, se pasa de vuelta en el afán de homenajear la genialidad de Conan Doyle y Holmes, se lleva bien con las imágenes. Holmes, maestro del transformismo entre otras artes, está detrás de un criminal de gran talla, cuando la boda de su ex asistente Watson parece interferir en el éxito de dicha tarea. Desafío extra para el agente principal, quien no puede darse el lujo de quitar su aliento de la espalda de aquel que quiere instigar a una guerra global, para enriquecerse a través de los negocios de armas y demás.