La nueva droga de Villeneuve
El director canadiense Denis Villeneuve es un talento sobresaliente que en los últimos años se ha desempeñado en dramas adictivos y de primer nivel, provistos de actuaciones soberbias, atmósferas envolventes y temáticas incómodas. Falta dar un vistazo a sus tres últimas producciones, tanto Incendies (2010), como Prisoners (2013) y Enemy (2013) son películas de una solidez y una factura formal sorprendentes. Lo más difícil es, considerando semejante trayectoria, mantenerse a la altura de las expectativas, pero el cineasta no sólo lo logra sino que además ha demostrado ser un bicho muy raro en lo que refiere al panorama del cine internacional: se supone, por infinidad de experiencias, que los directores "extranjeros" (es decir, todos los no estadounidenses) que comienzan a trabajar en Hollywood terminan adaptando su estilo a los requerimientos y los formatos de la industria, viéndose su autoría y sus libertades cercenadas y sus películas convertidas en una caricatura artificiosa de lo que alguna vez fueron. Pero en el caso de Villeneuve, hasta ahora la situación parecería ser la inversa; el director se las ha ingeniado para plantear películas con una impronta muy personal, utilizando a su favor el andamiaje de Hollywood y su star-system.
Así como es imposible empezar a hablar de este filme sin hablar de Villeneuve, también lo es sin nombrar al inmenso Benicio del Toro. Si bien el actor portorriqueño nos viene sorprendiendo desde hace rato, nunca había participado en una película que le calzara tan bien. Está claro que ninguna otra persona podría haberse desempeñado en el papel de ese ambivalente, complejo, atribulado y profundamente oscuro y misterioso agente, y que sólo del Toro con su presencia y su calma expresividad podía darle al papel la fuerza requerida. De no haberse conseguido a este actor, claro está que la película habría sido otra, muy diferente.
La trama nos sitúa de lleno en un ambiente truculento: la lucha de los Estados Unidos contra los cárteles y el narcotráfico mexicano en su ingreso al país. La protagonista (Emily Blunt, notable como de costumbre), una agente del FBI especializada en secuestros es reclutada para una misión especial, cuyo cometido ignora por completo y en la que su superior (Josh Brolin, también estupendo) se regocija dosificándole la información de a cuentagotas, por lo que tanto ella como el espectador, en idéntico desconcierto, irán iniciándose en una suerte de tour a través de los horrores del narcotráfico, desde El paso a Ciudad Juárez, donde la violencia es ejercida por ambos bandos y los agentes estadounidenses incurren en cuanta ilegalidad existe para "combatirlo".
Como en Sin lugar para los débiles, se pondrá en entredicho la viabilidad de ciertos principios, de ciertas formalidades y, por supuesto, de los viejos heroísmos aplicados a la lucha contra un insondable entramado de corrupción. Lo más importante, y el gran acierto conceptual de Villeneuve es el de plantearlo ya no como una lucha –hasta se demuestra lo ridículo que es pensar en ello– sino en la estrategia más viable de entretejer influencias y alianzas y, para postre, de concretar alguna que otra venganza personal.
El veterano director de fotografía Roger Deakins trabajó con los Coen, Darabont, Scorsese, Costa-Gavras y decenas de directores más, pero nunca se había visto un trabajo tan poderoso de su autoria; asimismo, la progresiva banda sonora del compositor islandés Johan Johansson provee a los parajes desérticos y a los amplios cielos de apagados y progresivos tambores de guerra, contrapunto perfecto para propiciar un suspenso permanente y redoblar una propuesta inmersiva. Lo que sí podría rechinar en algún tramo es el purismo intachable de la protagonista, que raya en comentarios de su parte no sólo muy ingenuos sino prácticamente suicidas. Pero cuando una película es tan poderosa, minucias de este tenor tienen poca relevancia.