Silencio

Crítica de Fernando Casals - Revista Meta

El ex-seminarista Martin Scorsese logra finalmente llevar a la pantalla un sueño de casi tres décadas, “Silencio”. Basada en la novela del mismo nombre de Shusaku Endo.

Scorsese es uno de los grandes maestros vivos de la cinematografía que, unido a la duración, fotografía y tono de la película, podría llevar al espectador a confundir a “Silencio” con un obra importante.

“Silencio” no es un film noble, es ingenuo. Para empezar sus interpretaciones fluctúan entre acartonadas y sobreactuadas. Los diálogos (los muchísimos diálogos) se sienten afectados, y el guión repleto de lugares comunes y one liners religiosos no ayuda. Por suerte casi todos los japoneses en el siglo XVI hablaban inglés.

“Silencio” cuenta la historia del misionero jesuita Rodrigues (Andrew Garfield), que recibe noticias inquietantes sobre su mentor y padre espiritual Ferreira (Liam Neesson). A él y a su colega el Padre Garrpe (Adam Driver) se les comunica que Ferreira se ha vuelto apóstata.

Capturado por los señores feudales durante una misión a Japón, Ferreira renunció a su fe y así salvó su vida, y la de muchos cristianos. Los jóvenes sacerdotes no creen la historia, y tienen la idea que justifica la realización de la película, ir a Japón y tratar de rescatarlo. Ellos creen que los rumores de apostasía son calumnias y que Ferreira está oculto o preso.

Dos jóvenes armados con nada más que su convicción religiosa, que ni siquiera hablan japonés, van a un lugar donde pueden ser asesinados en cualquier momento y es allí cuando la película comienza a tomar posición ideológica lentamente al presentar la opresión de los cristianos como implacable y la idea de imponer una religión completamente foránea y que contradice la tradición japonesa como romántica.

Gran parte del guión “Silencio” gira en torno a las implicaciones de esos renunciamientos, pero las discusiones nunca llegan a ser lo suficientemente sofisticadas – y ciertamente no son lo suficientemente variadas – para mantener un interés sostenido.

Las autoridades sólo ofrecen una opción para escapar: pisar un icono religioso, un símbolo del rechazo implícito al cristianismo. Si pisar un símbolo sagrado equivale a perturbar la fé de una persona pero a la vez salva la vida de otros, el absolutismo moral del joven sacerdote comienza a parecer excesivo.

¿Un Dios misericordioso puede arrojar a los creyentes a las fauces del infierno sólo por cometer un acto inofensivo que les evitaría una muerte horrible? ¿Por qué alguien elegiría enfrentarse a las grotescas torturas -literalmente representadas en “Silencio”– si la apostasía no requiere nada más que poner el pie sobre la imagen de un santo?

Ni Rodrigues ni el guión hacen nunca el razonamiento obvio ante los japoneses: “Si la tuya es la “verdadera” fe de Japón, ¿qué tienes que temer del cristianismo?”

La trama elige quedarse sin responder preguntas aún más profundas o hacer un comentario acerca de como estas creencias primitivas (hoy instituciones religiosas) continúan arrasando la razón y la libertad.

La tensión emocional de la película disminuye y no es sólo la culpa de la dirección de Scorsese y el guión (que co-escribió con Jay Cocks) que parece utilizar los diálogos para llenar los espacios en blanco, sino que es también es el producto de un casting oportunista. Garfield y Driver son dos buenos actores jóvenes de moda sin el pathos necesario para estos roles.

“Silencio” tiene pretensiones de ser una gran película, seria y tan segura que ni soundtrack necesita. Sin embargo se siente como una película sobre dos formas rivales de dogmatismo en el que ninguna de las partes se da cuenta de que ambos pueden estar equivocados. Con un ritmo indisciplinado y sinuoso que carece de estructura, urgencia, suspenso y una absoluta falta de impulso narrativo.

Es extraño, pero en todo caso “Silencio” podría ser una película sobre la duda espiritual que involuntariamente provoca la duda espiritual.