Silencios

Crítica de Marcos Rodriguez - CineFreaks

Mensajes enlatados

Sin ser insoportable, Silencios tiene más de un problema. Quiere ser un panfleto contra el aislamiento y, como todo panfleto, resulta un tanto esquemática y vacía. Con una alta dosis de naturalismo/minimalismo, esta película cuenta las historias de por lo menos cuatro “protagonistas” que, en algún punto o en otro, se conectan entre sí aunque no entre todos.

La primera pregunta que uno podría plantearse es a qué se debe esta multiplicidad de historias. Tal vez sea un intento de generar un “retrato de sociedad” o simplemente de reflejar situaciones de vida en las que ciertos personajes se encuentran “estancados”. Hay un trabajo sobre la relación con la violencia (latente o manifiesta, física o psicológica) recurrente. Por momentos no resulta claro qué es lo que la película quiere decir, aunque en todo momento es evidente que está intentando decir algo.

Uno de los problemas más graves de Silencios es justamente ese: siempre quiere decir pero nunca se interesa por mostrar y por eso resulta por momentos tan profundamente anti-cinematográfica. Son muchas las imágenes que aparecen para “ilustrar” una idea que ya estaba clara en el guión pero que, como esto es cine, tiene que verse aún si la imagen no interesa. Un ejemplo mínimo: hay insertos cortos en los que vemos a una persona decir, por ejemplo, “Sí” al otro lado del teléfono sin que esa imagen cargue con ningún tipo de significado. Las imágenes le sirven a la directora en tanto transmiten una idea o permiten escenificar un diálogo muy directo. Por otro lado, esa idea previa tampoco es tan poderosa como para hacernos olvidar todo lo demás. De hecho, el guión maneja pocos conceptos por personaje y se dedica a repetirlos.

Los personajes (centro de gran peso en Silencios) son de un esquematismo llamativo. Parece como si cada uno hubiera sido puesto en la pantalla para ejemplificar algo. Vamos con otro ejemplo: toda una subtrama de la película gira en torno a un cura pedófilo. Pero no se dice nada interesante sobre él o su situación. Incluso se muestran escenas de la seducción/abuso con bastante detenimiento pero no parecen estar ahí más que para que el espectador piense Ah, qué malos son estos curas pedófilos. En un momento se suelta en diálogo una interpretación explicativa: estos curas se vuelven pedófilos porque la iglesia los fuerza al celibato y el aislamiento. Parece ser la tesis de toda la película: no hay que aislarse. Se lo dice al final: -No estás sola, no tenés que aislarte-. Y el blanco predilecto de la crítica es la clase media alta que viva “aislada” en su mundo al límite de lo caricaturesco.

Como puntos más interesantes, cabe destacar las escenas de contenido sexual que, con relativa crudeza, perfilan cierta verdad y la actuación de Marta Lubos, que con una indudable fotogenia roba nuestra atención. Sin embargo, su personaje ciertamente querible aunque también ligeramente esquemático (“Es la persona más feliz que conozco”) vira hacia el final a extremos de santidad en los que lo arbitrario de su construcción salta a la vista. Y ahí llega la moraleja.