Hiperestilizada, violenta, machista, misógina y superpoblada de mujeres fatales y provocadoras, es tan probable que este nuevo capítulo de cine negro en versión cartoon (ahora con el presunto atractivo extra del 3D), resulte satisfactorio para aquellos que, nueve años atrás, hicieron un gran éxito de su exitosa irrupción en el mercado como que difícilmente añada nuevos fans a la cofradía de admiradores de las novelas gráficas de Frank Miller, según el vistoso traslado a la pantalla que obtiene en sociedad con Robert Rodríguez.
Con ese propósito seguramente es que la fórmula se repite. Sin el efecto sorpresa de la primera vez, claro, aunque el menú de sangre, sexo, desnudez femenina y sofisticación visual se mantenga inalterable, y con ciertas modificaciones en el siempre multiestelar elenco (algunas ventajosas, otras no tanto), pero además con una narración fracturada y, en muchos tramos, infortunadamente confusa. Se parte aquí de cuatro de las historias gráficas de Miller, cuya ligazón depende más de la inventiva visual (la fotografía en blanco y negro incorpora intermitentes y llamativos detalles coloridos) que de la ausencia de altibajos entre los relatos.
Muchas caras familiares están de regreso, entre ellas la de un Mickey Rourke que -aunque casi irreconocible-sabe sacarle provecho a su Marv, casi todo lo contrario de lo que sucede con Bruce Willis. Otros personajes regresan pero con nuevas caras: Josh Brolin se hace cargo de Dwight, el temible personaje que fue de Clive Owen y sigue sensible a los encantos de Ava (Eva Green), lo que se explica porque la actriz francesa es una de las mejores novedades de este número 2 de Sin City. No lo son algunos de los negros cuentos incluidos en la película, sobre todo el último, donde la stripper Jessica Alba se propone vengar la muerte de un Willlis al que otra vez le toca hacerse cargo del papel de un fantasma.
Tampoco ayuda la monotonía de los diálogos. Muchos de los reparos que le caben a esta especie de secuela probablemente ya le correspondían a la Sin City original. Pero aquella, al menos, era la primera de su tipo: conviene recordar que 300, otra obra de Miller convertida en espectáculo hiperestilizado e impactante, sólo llegó un año más tarde, en 2006.