La clave de una excelente película está en su final. Por lo general son cerrados, una historia que comienza y termina; aunque muchas otras veces son abiertos, dudosos y hasta injustos. Con su nuevo filme, "Sin dejar huellas", basado en el libro "Expediente de desaparición" de Dror Mishani, el director Erick Zonca, en su cierre, deja caer un cubito de hielo sobre nuestra espalda y el escalofrío es total. Una incomodidad que, mirada por el espejo retrovisor, revela que el mundo tiene tantas historias como personas lo habitan. Y todas son verosímiles y condenables a la vez.
"Sin dejar huellas" es un filme típico para la mirada entrenada de cualquier amante del cine. Un inspector de policía alcohólico que demuestra en cada comentario que su vida privada es un desastre, con el agravante de que tampoco es un as en su profesión. Mediocre, desgarbado, consumido por el alcohol, pendenciero, malhumorado y agobiado por su presente, el detective Fran�ois Visconti (Vincent Cassel) asume el caso de un chico que su madre denuncia por desaparecido. Sin ganas de nada, comienza a indagar en lo más común, suponiendo que se habrá escapado con su noviecita de turno o huido por no estudiar o por un maltrato intrafamiliar. Un desgano total que hace que el eje se pierda y que cuestiones periféricas tomen protagonismo.
Muchas escenas son las que merecen ser vistas con lupa. Y no porque hagan al todo de esta historia que nos arrincona de intriga sino porque el nivel actoral de sus protagonistas es inmejorable. A un irreconocible Cassel como el envejecido y decadente policía hay que contraponerle la desorientada madre, registro de la actriz Sandrine Kiberlain. Ver al detective seducido por una anónima en un bar o discutiendo con su hijo por un tema de drogas es disfrutar de una actuación convincente y sin fisuras. Y las escenas conjuntas, madre y policía, valen para el premio que sea.
TRES PILARES
"Sin dejar huellas" es abrumadora de principio a fin porque sus tres pilares rozan la perfección. Una dirección magistral que de forma espiralada nos oprime el pecho, un guion que nos explota en los ojos, y actuaciones brillantes, sorprendente todo para una película con bajo cartel, que sin una crítica que motive podría pasar desapercibida ante las pretensiones del buen espectador.
Con un Vincent Cassel soberbio, transitando el punto más alto de su carrera, y un Zonca que veinte años más tarde logra convertirse en la esperanza que prometió cuando estrenó "La vida soñada de los ángeles", "Sin dejar huellas" se instala como una película imperdible, de esas que se ven con poca expectativa y que después uno se las recomienda a sus conocidos para que vivan la misma experiencia. Una joya del cine francés contemporáneo.