Cruzada contra la especulación financiera
En esta maravillosa heist movie se unifican los robos a bancos con la denuncia del carácter predatorio del sistema capitalista y sus derivados, lo que genera un combo explosivo y muy valiente que se retroalimenta de la energía y causticidad de su humor…
En casos como el de Sin Nada que Perder (Hell or High Water, 2016) conviene llamar a las cosas por su nombre y aclarar desde el vamos que el principal responsable de que la película en cuestión sea tan buena es el guionista Taylor Sheridan, un señor con una larga experiencia como actor televisivo que viene de firmar la historia de Sicario (2015), del gran Denis Villeneuve. Si bien tampoco podemos desmerecer del todo los esfuerzos detrás de cámaras del realizador David Mackenzie, un escocés cuyo opus previo Starred Up (2013) fue una grata sorpresa dentro de un corpus de trabajo un tanto errático, a decir verdad la propuesta brilla por su estructura, sus diálogos sardónicos y la construcción meticulosa de unos personajes que le deben mucho al cine de Joel y Ethan Coen, en especial a la lectura de los directores en torno a géneros de barricada como el film noir y el western revisionista.
Obviando en todo momento los estallidos berretas de violencia metadiscursiva a la Quentin Tarantino, la obra apela a los engranajes de la heist movie para tamizarlos con una denuncia setentosa de izquierda en relación a las injusticias y desproporciones del capitalismo, un sistema que privilegia la especulación continua por sobre el valor del trabajo, favoreciendo el oligopolio en todas las ramas de la economía y condenando a muerte a los pequeños productores y sus aspiraciones de sustentabilidad. La trama es muy sencilla: los hermanos Toby (Chris Pine) y Tanner Howard (Ben Foster) comienzan un raid delictivo furioso en el que roban varias sucursales del Midlands Bank de pueblitos olvidados de Texas. El primero tiene dos hijos varones y está separado de su esposa, y el segundo es un ex convicto -con un lindo prontuario de asaltos a bancos a cuestas- que mató al padre de ambos por golpeador.
Rápidamente descubrimos que la motivación de los hurtos radica en el hecho de que la madre de los hombres murió dejándoles una hipoteca inversa que deben pagar de inmediato al susodicho Midlands Bank para no perder la casa familiar (“ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón…”). La contraparte por el lado de la ley -en consonancia con las otras ironías del relato- está conformada por dos Texas Rangers avejentados, Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y Alberto Parker (Gil Birmingham), unos señores que se viven lanzando dardos verbales mutuamente. Sheridan construye un ambiente perspicaz dominado por la crisis económica del interior agreste del sur de los Estados Unidos, la locura de la portación universal de armas, el ideal en decadencia de aquellos cowboys justicieros y la inmoralidad del accionar de los depredadores del entramado financiero y su apetito voraz y destructivo.
Mackenzie asimismo consigue un desempeño excelente por parte de todo el elenco, en el que se destacan un Foster totalmente desatado y un Bridges más allá del bien y del mal, hoy sumando otra interpretación memorable a su extraordinaria carrera. La riqueza de los personajes, su humanismo concienzudo y los muchos detalles cómicos del film encuentran su complemento perfecto en la bella fotografía de Giles Nuttgens y la música compuesta/ seleccionada por Nick Cave y Warren Ellis, un combo portentoso a mitad de camino entre el country, el rock y el blues. Sin Nada que Perder funciona al mismo tiempo como un exponente enérgico de género y como un opus de corte político orientado a señalar a los buitres de los mercados regionales y cómo éstos acorralan a los ciudadanos hasta ahogarlos en deudas impagables, todo con la eterna connivencia de un Estado cómplice y patético…