El director de Policeman y La maestra del jardín siempre dejó en claro su mirada crítica respecto de la política de su país natal, Israel. Postura que tiene que ver con lo público, pero que no se centra en el ejercicio del poder sino en la estructura misma de la sociedad. Lapid evita el tranquilizador y demagógico discurso en virtud del cual son sólo quienes detentan el poder los responsables de la situación retratada; el asunto es un poco más complejo, los grises abundan, y no es tan fácil cargar con todas las culpas a un pretendido “mal absoluto”.
En Sinónimos: Un israelí en París el realizador vuelve con todo (ese todo que incluye, como de costumbre, una inquietante virulencia en algunos pasajes) sobre aquellos temas y se mete también con su país de acogida. Yoav, el protagonista (y, entendemos, alter ego), literalmente “aparece” en París, donde es despojado de todas sus pertenencias y es “adoptado” por una pareja burguesa. El esfuerzo por manejar el francés, la resistencia a comunicarse en hebreo, su relación con otros judíos, todo lleva a analizar las implicancias del migrar, el asimilarse a otra cultura. En particular, Lapid parece preguntarse qué es o qué implica ser francés (o convertirse en francés). En su aparente contundencia y linealidad ese interrogante esconde una profunda introspección que indaga, sociológica y filosóficamente, también en su impacto sobre el proceso creativo.
¿Cuánto de ese cine de directores japoneses o iraníes, rumanos o israelíes que vemos en festivales o, en nuestro país menos habitualmente, en salas comerciales, llega a realizarse gracias al apoyo de Francia? Ese sistema de apoyo al cine que admiramos, ese espejo en el que en muchos aspectos querríamos mirarnos, tiene otros matices y efectos cuando no se trata de producciones estrictamente locales. ¿Qué queda en el camino? ¿Qué hay que dejar atrás? Incluso con las mejores intenciones, ¿cuánto hay que dejarse homogeneizar en el proceso de integración? Estos son temas que atraviesan la película, en una deriva cargada de exabruptos y momentos de humor que llegan a territorios casi propios del (aparente) sinsentido.